Mayo 2014

Artículo de periodista inglés en The Guardian

“Venezuela muestra que se puede protestar para defender privilegios”

 16/04/2014 



El periodista británico Seumas Milne, quien entrevistó este mes al presidente Nicolás Maduro, publicó un artículo en el diario The Guardian, titulado Venezuela muestra que se puede protestar para defender privilegios. Allí analiza el recrudecimiento de las protestas globales y en particular en nuestro país, donde algunos grupos terroristas aún se mantienen con el claro objetivos de derrocar el Gobierno constitucional de Nicolás Maduro y restaurar en el poder a elites expulsadas por decisión del pueblo.Aún cuando Milne afirma que “cuatro simpatizantes de oposición fueron asesinados por la policía, por lo que muchos oficiales han sido arrestados”, vale aclarar que en dos de esos lamentables hechos están involucrados efectivos de la Policía del municipio Chacao, jurisdicción gobernada por la derecha, con Ramón Muchacho, dirigente de Primero Justicia como cabeza visible.

En el primero de esos casos el Ministerio Público acusó a dos efectivos del cuerpo bajo el mando de Muchacho. Se trata de Jean Carlos Cáceres Saavedra y Yeiner Alexander Yánez. Ambos incursos en homicidio calificado además de quebrantamiento de acuerdos y pactos internacionales, privación ilegítima de libertad, uso indebido de armas y trato cruel hacia el ciudadano Asdrúbal Jesús Rodríguez, de 26 años de edad, encontrado sin vida en Caracas el 19 de febrero luego de ser detenido por una comisión de esa policía mirandina.

Posteriormente, 7 de marzo, la detective del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), Glidis Karelis Chacón, de 25 años, pierde la vida presuntamente a manos del funcionario de Polichacao, Aldayr Alberto Prato Sánchez, en medio de un tiroteo en la autopista hacia Prados del Este.

A continuación el texto completo publicado por The Guardian:

Venezuela muestra que se puede protestar para defender privilegios

Ahora se usan acciones de calle con apoyo de occidente para dirigir gobiernos electos en beneficio de las élites

Por si no lo sabíamos, el aumento en protestas mundiales en los últimos años nos han traído a casa la lección de que manifestaciones de masas pueden tener significados sociales y políticos completamente distintos. Sólo por el hecho de que usen bandanas y creen barricadas – y tengan reclamos genuinos – no significa automáticamente que los manifestantes estén peleando por democracia o justicia social.

De Ucrania a Tailandia y de Egipto a Venezuela, protestas de gran escala han sido dirigidas a o han tenido éxito en derrocar gobiernos elegidos durante el último año. En algunos países, las protestas masivas han sido dirigidas por organizaciones de la clase trabajadora, concentradas en la austeridad y el poder empresarial. En otros, el descontento predominantemente de la clase media ha sido la palanca para reincorporar las destituidas élites.

Algunas veces, en la ausencia de organización política, pueden alternar las dos. Pero a quien sea que representen, tienden a lucir igual en la TV. Y las protestas de calle han sido tan efectivas en cambiar gobiernos durante los últimos 25 años que poderes del mundo se han abalanzado en gran medida al negocio de las protestas.

Desde el derrocamiento del gobierno electo de Mohammed Mosaddeq en Irán en la década de los cincuenta, cuando la CIA y el MI6 contrataron a manifestantes antigobierno, Estados Unidos y sus aliados han liderado el campo: patrocinando “revoluciones de colores”, financiando ONG clientes y entrenando a estudiantes activistas, avivando las protestas en los medios de comunicación y denunciando – o ignorando – la represión policial como mejor le convenga.

Después de un tiempo jactándose de ser promotores de la democracia, están volviendo a sus formas antidemocráticas. Tomemos como ejemplo a Venezuela, que durante los últimos dos meses ha estado sacudida por protestas antigobierno que buscan derrocar el gobierno socialista de Nicolás Maduro, presidente electo el año pasado para suceder a Hugo Chávez.

La oposición de derecha en Venezuela ha tenido por largo tiempo un problema con el asunto de la democracia, tras haber perdido 18 de 19 elecciones o referendos desde que Chávez ganó la primera elección en 1998 – en un proceso electoral que el expresidente estadounidense Jimmy Carter describió como “el mejor del mundo”. Sus esperanzas aumentaron en abril del año pasado cuando el candidato opositor perdió ante Maduro tan sólo por 1,5%. Pero en diciembre, las elecciones nacionales le dieron a la coalición chavista una ventaja de 10 puntos.

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Al mes siguiente, líderes de oposición vinculados a Estados Unidos – muchos de los cuales estuvieron involucrados en el golpe fallido que apoyó Estados Unidos contra Chávez en 2002 – lanzaron una campaña para derrocar a Maduro, llamando a sus seguidores a “encender las calles con lucha”. Con alta inflación, crimen violento y escasez de productos básicos, había bastante para avivar la campaña – y los manifestantes respondieron, literalmente.

Durante ocho semanas, estos han quemado universidades, edificios públicos y estaciones de bus, mientras que 39 personas habían muerto. A pesar de los reclamos del secretario de estado de Estados Unidos, John Kerry, sobre que el gobierno estaba promoviendo una “campaña de terror” contra sus ciudadanos, la evidencia demuestra que la mayoría ha sido asesinada por simpatizantes de oposición, incluyendo ocho miembros de las fuerzas de seguridad y tres motociclistas ejecutados con cables amarrados a lo largo de las barricadas callejeras. Cuatro simpatizantes de oposición fueron asesinados por la policía, por lo que muchos oficiales han sido arrestados.

Lo que se retrata como protestas pacíficas tiene todas las marcas de una rebelión antidemocrática, aunada a privilegios de clase y racismo. Predominantemente de clase media y confinada a zonas de personas pudientes y blancas, las protestas se han reducido a bombas incendiarias y peleas rituales con la policía, mientras que miembros de la oposición han aceptado dialogar.

Mientras tanto, el apoyo al gobierno se mantiene sólido en las zonas de clase trabajadora. Anaucana Marín, una activista local en el barrio 23 de Enero de Caracas, lo explica así: “Históricamente, las protestas son la forma en que los pobres exigen el mejoramiento de sus condiciones. Pero aquí los ricos están protestando y los pobres están trabajando”.

No sorprende que en estas circunstancias Maduro piense que lo que ocurre es una desestabilización apoyada por Estados Unidos al estilo ucraniano, como él mismo me dijo. Es absurda la afirmación de Estados Unidos de que eso es una “excusa” sin razón. Hay muchísima evidencia de la subversión apoyada por Estados Unidos en Venezuela – desde el golpe de 2002 a través de cables desclasificados por Wikileaks señalando los planes norteamericanos para “penetrar”, “aislar” y “dividir” el gobierno venezolano hasta el financiamiento continuado y a gran escala de grupos de oposición.

No se debe sólo a que Venezuela se asienta sobre las reservas de petroleo más grandes del mundo, sino a que ha encabezado la ola progresista que se ha extendido por América Latina durante la última década: desafiando la dominación estadounidense, recuperando los recursos de poderes empresariales y redistribuyendo la riqueza y el poder. A pesar de sus problemas económicos actuales, los logros de la Venezuela revolucionaria son indiscutibles.

Desde que recuperó el control de su petroleo, Venezuela lo ha usado para reducir la pobreza a la mitad y la extrema pobreza a un 70%, para expandir masivamente la salud pública, viviendas, la educación y los derechos de la mujer, aumentar las pensiones y el salario mínimo, crear decenas de miles de cooperativas y empresas públicas, poner los recursos en las manos de la democracia participativa de base y financiar programas de salud y desarrollo a lo largo de América Latina y el Caribe.

Así que no sorprende que los chavistas de Maduro todavía tengan un apoyo mayoritario. Para mantener eso, el gobierno tendrá que poner freno a la escasez y la inflación – lo cual tiene voluntad de hacer. Los precios se dispararon cuando se cortó el flujo de dólares al sector privado, que controla la importación de alimentos y suministros, mientras que una gran cantidad de productos a precio regulado son extraídos a Colombia para ser vendidos a precios mucho más altos.

Una reciente reducción en el control de cambios ya tuvo impacto. A pesar de todos sus problemas, la economía ha continuado expandiéndose y el desempleo y la pobreza continúan cayendo. Venezuela está muy lejos de ser el caso perdido que sus enemigos desean. Pero el riesgo es que mientras las protestas se van desgastando, sectores de la oposición se vuelven más violentos para compensar su derrota en las urnas.

Venezuela y sus aliados progresistas en América Latina son importantes para el resto del mundo – no porque ofrecen un modelo político y económico ya listo – sino porque han demostrado que hay muchas alternativas sociales y económicas al fallido sistema neoliberal que todavía tiene en sus garras a occidente y sus aliados.

Sus oponentes esperan que el ímpetu por un cambio regional se haya desgastado con la muerte de Chávez. La reciente elección de la izquierdista Michelle Bachelet en Chile y el exguerrillero de izquierda Sánchez Cerén en El Salvador sugieren que la ola todavía crece. Pero intereses poderosos en casa y afuera están empeñados en que eso falle – lo que significa que vendrán más protestas al estilo deVenezuela. AVN