La gran mentira del Capitalismo

 

Javier Ávila

 

El Capitalismo convence y atrae hacia sus intereses a los agentes sociales a base de prometerles libertad (de pensamiento, empresa, expresión,  decisión).   En cuánto a la libertad de pensamiento se ha demostrado, a través de los siglos, inalienable, por ser algo interior y opaco a la persona. Bueno, eso es lo que pensamos sin darnos cuenta de que sufrimos constante bombardeo publicitario e ideológico por parte de los medios de comunicación que pertenecen y, por tanto, defienden los intereses de las clases altas (económica, militar y eclesiástica). Es un trabajo lento pero eficaz, como demuestra la dirección del voto hacia muchas candidaturas repetitivas en cuanto a la corrupción y la ineficacia para lo sociedad.   Esto enlaza directamente con la capacidad de decisión que, aunque nos parezca libre, está condicionada por la legislación promovida por los partidos mayoritarios (incluidos los autonómicos) que defienden, precisamente y como reiteradamente se ha demostrado, a esas clases poderosas que los sustentan y los acogen en sus brazos cuando se les acaba el grifo público. Si le sumamos la capacidad propagandística de los medios de comunicación, la libertad de elección se ha convertido, sin darnos cuenta, en un sueño engañoso en el que decidimos y consumimos lo que nos “aconsejan”.   Igualmente utópica es la libertad de expresión. Sólo hay que ver a la gente cuando discute en los foros familiares o de amistades repitiendo como ideas propias exactamente lo mismo que están retransmitiendo por las cadenas audiovisuales a través de los “preparados” comentaristas o contertulios (que está más de moda ahora). Por suerte, porque aquél que se sale de esas líneas criticando los desahucios, los recortes, el régimen monárquico, el ilaicismo de las administraciones, la corrupción político-financiera o la falta de democracia en general son, como poco, aporreados (además de fichados) si no acaban en el cuartelillo.   La libertad de empresa es la gran falacia. En ella se basa todo el sistema (teóricamente) y hasta los estados crean “tribunales de competencia” como en Estados Unidos. La creación de estos “tribunales” ya explica suficientemente que la competencia está en peligro o, simplemente, no existe.   La esencia del Capitalismo es la acumulación de capital. La producción y venta de mercancías produce una acumulación de “baja intensidad” (por lo que puede llegar a ser estable a largo plazo). Sin embargo, la laxitud legislativa permite mayores posibilidades de acumulación: la obtención de beneficios por el simple hecho de crecer en la propia acumulación de capital (aunque no se produzca ningún bien en muchos casos), lo que se denomina economías de escala. La paradoja de este proceso es que si se llega a la ausencia de crecimiento, la empresa o sistema quiebra (lo que trasluce su naturaleza piramidal).   Evidencia de toda esta exposición es que el gran triunfador del sistema capitalista es el monopolio que, paradójicamente (¡cuanta paradoja!), es potenciado por los propios gobiernos. Propongamos una pequeña reflexión. ¿Cuántas empresas automovilísticas quedan (matrices, no marcas)? ¿Cuántas cadenas de alimentación? ¿Cuántos bancos van a quedar? ¿Cuántas empresas controlan la distribución de alimentos y bienes de consumo? ¿Cuántas empresas componen “los mercados” financieros? Sumando con los dedos nos sobrará alguno. Esto se llama oligopolio (fase infantil del monopolio) y lo que posibilita es que un pequeño grupo de asesores, inversores, empresarios o como quieran llamarlos pueden tomar decisiones conjuntas que pueden imponer a la población (su propia dispersión imposibilita acciones o decisiones contrapuestas) y, lo que es más grave, a los gobiernos (cuyos integrantes acaban siendo sus mercenarios a sueldo).   Muchos nos preguntamos el porqué de esa obsesión crecientista. Si nuestros propios gobiernos dicen (y efectivamente así es) que la economía es mantenida por las pequeñas y medianas empresas (y el empleo), ¿por qué alientan y financian la creación de grandes grupos económicos contra la lógica de promover un entramado de pequeños capitalistas estable a largo plazo por su reducida capacidad especulativa? Es de resaltar que uno de los principales efectos de la existencia de grandes empresas es que acaban expulsando del mercado a las pequeñas (por su menor posibilidad de influencia sobre precios y sobre grupos de decisión, como los políticos). Aquí aparece la paradoja que tiene un efecto devastador sobre el empleo y, por ende, sobre toda la economía.   Quizás sea el momento de la creación de un cuarto poder (relacionado directamente con los ciudadanos) con potestad única sobre el control de la economía y de los políticos, que integre una fiscalía anticorrupción con potestad sobre la evasión de capitales, un instituto anti-especulación, un órgano de defensa biológica, banca pública de pequeño crédito y cualesquiera otros medios que permitan una reproducción estable de la economía a largo plazo, olvidando el insano e insensato crecimiento.   Ya se plantea en muchos foros cómo el decrecimiento económico puede ser más rentable, sobre todo social y ecológicamente.