La Crisis y los mercados secundarios.

 

Javier Ávila.

 

Podemos definir mercados secundarios como aquellos que negocian bienes o servicios sin intervenir directamente en su transferencia, es decir, donde el capital apuesta sobre el valor futuro de unos bienes o servicios que no son de su propiedad. Cuanto menor sea la relación entre dichos bienes y servicios y los especuladores, mayor será la volatilidad del mercado. Y decimos especuladores pues su objetivo no es otro que favorecer sus beneficios lanzando expectativas al mercado, pero sin producir bienes o servicios reales.

Tras la Gran Depresión que siguió al Crac del 29 los gobiernos (empezando por el norteamericano) decidieron regular los mercados secundarios, especialmente los más volátiles o especulativos. Y se hizo porque la falta de control sobre los mismos había producido la crisis más grave del Capitalismo hasta la fecha.

Sesenta años después, tras la caída del “Telón de acero” (¿coincidencia?) el sistema (y sus dirigentes) creyeron entrar en una fase de estabilidad económica, sin oposición, llena de posibilidades. Al mismo tiempo ya se mostraban signos evidentes del cansancio de la economía productiva. Tocaba, pues, abrir la economía hacia la virtualidad prohibida hacía años pero llena de opciones de acumulación. Comenzó la desregulación de los mercados secundarios. Aquello trajo aparejado el movimiento desorbitado de capitales sin fundamento material, es decir, el crédito sobre el crédito. Se permitieron mercados secundarios totalmente ficticios pero con unos beneficios inmensos: seguros sobre futuros de precios de viviendas ajenas, sobre impago de hipotecas ajenas, sobre el precio del trigo producido en, por ejemplo, Indonesia.

Obviamente, estos grandes capitales no iban a esperar el desarrollo del mercado, si no que ellos mismos iban a ir forzando la evolución de los indicadores. Como en todos los mercados los beneficios se producen cuando hay aumento de precios, por tanto, dicha especulación estaba y está empujando los precios de bienes y servicios (muchas veces básicos como alimento o vivienda) al alza, en dirección opuesta a la renta real de las familias. Hasta aquí todo parece un juego. Pero, ¿de donde salen las ganancias de los grandes especuladores? Demostrado ya que entre ellos no se muerden, las ganancias sólo pueden obtenerlas del que ellos mismos llaman “dinero tonto”. El otro gran invento del Capitalismo de finales de siglo y que ha permitido un retraso en la llegada de esta crisis pero también que ésta llegara con mayor intensidad es el llamado “Capitalismo popular”. Cuando se extendió institucionalmente la idea de que cualquiera podía ser accionista o inversor (a través de fondos que no podía controlar al ser semiopacos por gracia de las leyes occidentales) se estaba creando la figura del “comprador de boletos para una rifa que ya tenía beneficiario”.

Pequeños beneficios en las primeras operaciones envalentonaba al inversor a aventurarse en inversiones de mayor riesgo, con lo que a medio plazo se producían muchas desilusiones. Pero el mecanismo perverso es otro. El pequeño capital que los inversores populares introducen en el mercado sirve para que los fondos que especulan contra la economía real se revaloricen en contra de ésta y se den incrementos en el precio de bienes básicos como los mencionados alimentos y vivienda. Esto redunda en la bajada de los salarios reales, con lo que las hipotéticas ganancias de los inversores populares son realmente pérdidas (que pueden ser dobles: la propia inversión particular y el deterioro de la economía del país).

Este proceso desarrollado en los grandes centros financieros está teniendo, de momento, efectos limitados sobre los ciudadanos occidentales por su mayor capacidad adquisitiva, pero demoledor sobre los habitantes de las zonas deprimidas del mundo. Este efecto ha sido decisivo en las revoluciones norteafricanas.

Los mercados secundarios son loterías donde ya se conocen los ganadores y no son, precisamente, los inversores populares. Nuestras inversiones están produciendo grandes fortunas en Occidente e inmensas bolsas de hambre en el resto del mundo. Entonces ¿por qué invertir en ellos?