Artículo de Alberto Cubero publicado el 16 de noviembre de 2021 en Arainfo

Ayer el abogado me llamó al mediodía para informarme que finalmente iremos a juicio por la querella que Vox me puso, le agradecí la llamada, pero llegaba tarde, ya había podido leer la noticia en el Heraldo, el periódico más derechoso de Aragón, voz y propiedad de las familias ricas de nuestra tierra. La culpa no es de mi abogado que me llamó en cuanto se lo notificaron, pero la justicia es parcial y tendenciosa hasta para esto.

Tampoco me sorprendió cuando me mandaron la noticia de Heraldo, me acordé de las palabras del compañero Alberto Rodríguez la noche de antes en su entrevista en la Sexta cuando dijo que su condena ya estaba escrita de antemano. Y pensé que la mía también está escrita ya.

Se me acusa de desearles que les reciban como en Vallecas. Cuando pronunciamos esa frase, en el pleno municipal el pasado mes de abril nadie pidió retirar las palabras, ni los propios concejales de Vox, ni la presidencia del pleno del PP, ni nadie presente en la sala incluido el secretario del pleno. Todo el mundo lo entendió dentro de los márgenes de la libertad de expresión. Pero a los días y tras el famoso debate en la cadena Ser de las elecciones madrileñas, donde Rocío Monasterio puso en duda las amenazas de muerte a ministros del Gobierno de España, Vox anunció la querella desde Madrid.

Un claro intento de parecer como víctimas en el marco de una campaña electoral. Lo dije, lo he vuelto a repetir y me reafirmo. Ojalá siempre los reciban como en Vallecas, con la templanza, la firmeza y el carácter masivo con que les plantó cara ese barrio obrero. La violencia la provocó Santiago Abascal saltándose el cordón policial, así se lo explicamos al juez en la declaración, pero es inútil, la sentencia ya está escrita.

Una vez más el delito de odio se usa para proteger a los que odian y es que no se puede ser tolerante con los intolerantes. En aquellas elecciones madrileñas Vox fue absuelto por poner carteles contra los menores no acompañados en el metro de Madrid, un claro delito de odio contra un colectivo vulnerable a los cuales supuestamente el delito de odio pretende proteger. Mientras en una vuelta de tuerca del lawfare, el delito de odio se usa para que los pájaros disparen a las escopetas.

Hay algo que ni Heraldo de Aragón, ni ninguna otra empresa de comunicación cuenta, y es que en la querella Vox nos acusa de un segundo delito, «apólogo del comunismo». Le fue fácil encontrar pruebas y aporta para ello en su querella publicaciones en mis redes sociales donde se evidencia mi afiliación al Partido Comunista de España y mis responsabilidades en el Partido. Sobre esta extemporánea acusación fundamenta el delito de odio, amparándose en la resolución del Parlamento europeo que equipara comunismo y nazismo.

Creímos ingenuamente que esto sería motivo para el archivo de la querella, pero en la toma de declaración la propia fiscal nos preguntó sobre nuestra militancia comunista y el conocimiento que teníamos de la resolución del Parlamento europeo. Levantamos la voz, amenazados con abandonar la sala si las preguntas continuaban en esa línea, se interrumpió unos minutos la declaración y hasta mi abogado me tuvo que preguntar cuando reanudamos la declaración si el PCE era un partido legal. Aquello parecía un Tribunal de Orden Público franquista más que un juzgado de una democracia.

Y es que el franquismo no se rindió en este país, ni entregó las togas. Hoy la justicia es una tercera cámara que no emana de ninguna voluntad popular, pero que paraliza leyes que pongan en cuestión los privilegios de las élites, por mínimamente que sea. Una justicia que protege los privilegios y condena a quienes en las calles traten de luchar contra las injusticias como los 6 antifascistas de Zaragoza, llegando incluso a arrebatar el escaño como al compañero Alberto Rodríguez.

Es momento de que la izquierda en cada una de nuestras palabras, de nuestras acciones, de nuestros gestos, denunciemos el carácter reaccionario y parcial de la justicia. De lo contrario la estaremos legitimando y por tanto anudando nuestra propia horca. Mientras tanto cabeza alta, con la misma firmeza y templanza que en Vallecas seguiremos plantándoles cara, en la calle, en las instituciones y ahora también en los juzgados. Si ser antifascista es delito, soy culpable. Si ser comunista es delito, soy culpable. Y ya aviso, pienso reincidir toda mi vida.