Artículo de Álvaro Sanz publicado el 5 de agosto de 2021 en El Periódico de Aragón

Un cinco de agosto, hace ya 82 años, en Madrid, en las tapias del cementerio de la Almudena, fueron asesinadas 56 personas. Todas ellas habían sido condenadas, en un Consejo de Guerra sumarísimo celebrado el día anterior, a muerte, a ser pasadas por las armas, a ser fusiladas.

Las actas de aquel tribunal de guerra dicen que fueron condenadas por “adhesión a la rebelión”. Tremenda burla asesina del franquismo que, siendo el rebelde, siendo quienes se sublevaron contra el legítimo gobierno de la república, condenaba como rebeldes a quienes resistían ante la sublevación que acababa con la democracia y la libertad.

Esa, la adhesión a la rebelión, fue la careta sádica con la que el franquismo trató de disimular que aquellos 56 asesinatos, fueron el resultado de un cruel acto de venganza por la muerte de un oficial de la guardia civil que, junto a su hija y al conductor, habían sido víctimas de un atentado en las cercanías de Talavera de la Reina, unos días antes.

La prensa, por ejemplo ABC en su edición del día 6 de agosto, lo recogía como lo que realmente fue: un brutal acto de represión. En ABC, en la edición de ese día, se leía: ”Decisiva e inflexible, la Justicia ha quedado cumplida en sus leyes más elementales con motivo del espantoso crimen que hace muy pocos días costó la vida, por España, al comandante de la Guardia Civil D. Isaac Gabaldón, a su hija, de diecisiete años, y al agente conductor D. José Luis Díez. A las pocas horas del atroz suceso –atroz, además, por las circunstancias en que se produjo- habían sido detenidos, no solamente todos los ejecutores materiales, sino una compacta y considerable banda de inductores, reclutados en los fondos más siniestros del marxismo y de la criminalidad social, alentados desde algunos centros tenebrosos de la revolución comunista. Respecto de esta banda de inductores, quedó cumplida, en la mañana de ayer, la sentencia que dictó el Consejo de guerra correspondiente”.

Lo que no decía ABC, ni la prensa, es que las personas fusiladas el 5 de Agosto, las 13 rosas y los 43 claveles, no tuvieron nada que ver con ese asesinato porque, cuando se cometió, ya llevaban días, algunas y algunos meses, en las cárceles franquistas. Eran tiempos duros, difíciles. La guerra, formalmente, había acabado en Abril de ese mismo año. Pero el franquismo, como proclamaba su caudillo, la seguía.

Las radios y periódicos de aquellos días reiteraban, de manera machacona, un mensaje: “Españoles, alerta. España sigue en pie de guerra contra todo enemigo del interior o del exterior. España, con la ayuda de Dios, sigue una, grande y libre hacia su irrenunciable destino”.

Eran esos tiempos oscuros en los que el franquismo, vencedor de esa guerra que él mismo provocó, apuntalaba el régimen que duraría otros 40 años y lo hacía a sangre y fuego.
Madrid, que había sufrido tres años de acoso y asalto, quedó en manos de fascistas que quisieron demostrar que “Sí habían pasado”. Impusieron un sistema de represión constante que se apoyaba en denuncias que nadie comprobaba, en delaciones y chivatazos constantes, en la depuración de las administraciones públicas, de la enseñanza, de la sanidad e, incluso, en las empresas.

La dura represión que vivieron madrileñas y madrileños fue planificada, dirigida y ejecutada, por Eugenio Espinosa de los Monteros, el general que estaba al mando de las tropas franquistas que entraron en Madrid y que fue el primer Gobernador militar de la capital.

Aquel verano de 1939, en Madrid y en toda España, estuvo marcado por las redadas, por las detenciones y torturas, por los encarcelamientos en prisiones y campos de concentración, por los consejos de guerra y los juicios sumarísimos que, sin ninguna garantía procesal, condenaban a muerte a miles de personas que, sin piedad, eran asesinadas cada día y abandonadas en fosas comunes, en barrancos y en cunetas.

Aquel 5 de agosto, en Madrid, fueron asesinadas 56 personas. De ellas 13 eran jóvenes mujeres a las que conocemos como las 13 Rosas.

En el caso de ellas, además de ser objeto de esa venganza cruel por un atentado que no cometieron, los 13 asesinatos fueron un mensaje claro para que las mujeres, especialmente las trabajadoras, dejaran de organizarse, dejaran de formarse y dejaran de asumir papeles sociales que, según el indecente machismo patriarcal del franquismo, no les correspondía.

Las 13 Rosas eran activistas, muchas de ellas de las Juventudes Socialistas, pero todas militantes contra el fascismo que quisieron organizarse y ayudar a la resistencia. Su condena y asesinato fue un mensaje claro para las mujeres. Fue una señal salvaje para que la mujer dejara de tener protagonismo.

Una de ellas, Julia Conesa, en la madrugada del 5 de Agosto, esperando el momento de su asesinato, escribió su última carta a su familia. Sabía que iba a morir y pidió “que mi nombre no se borre en la historia”.

Hoy, como cada 5 de agosto, recordamos a Julia, y a sus compañeras, y a los otros 43 hombres que, el mismo día, fueron asesinados. Pero hoy, como cada 5 de agosto, como todos los días del año, además de recordarles, reclamamos Memoria, Verdad, Justicia y Reparación.

No se borran, ni se borrarán, vuestros nombres de la historia porque, a pesar del revisionismo indecente que pretenden hacer, a pesar del fascismo que resurge, a pesar de esa equidistancia perversa que incita a pasar página, en la memoria estáis vosotras y vosotros y vuestra lucha sigue siendo la nuestra.

La lucha por la libertad y la democracia y, en esa lucha, está vuestro recuerdo y vuestro ejemplo.