Artículo de Marta Abengochea, coordinadora intercomarcal de IU Aragón en la provincia de Zaragoza

A vueltas con el tema de las pensiones, la investigación sobre las actuaciones del emérito o con cualquiera de las demás diferencias que se hacen patentes bien por su obviedad o por las tensiones inherentes a la singladura de cualquier pacto, se escuchan voces incitando a que nos rasguemos las vestiduras por permitir en un gobierno de coalición tamaña deslealtad. No lo entienden ustedes, tiene que haber “varias voces pero una sola palabra”.

Se altera el ministro Escrivá porque se multiplica la palabra y se amplifica en los medios de comunicación algo que suena a incumplimiento de lo acordado, pero el rodillo ya no es una herramienta disponible y es imposible que las tensiones no se reflejen cuando están en juego temas esenciales para la vida de la gente.

Una situación inédita en esta última parte de nuestra democracia, un gobierno de dos colores con una parte minoritaria y varios acuerdos encima de la mesa que deben guiar su acción.

Qué difícil navegar la contradicción, ¿no?. Cada parte contratante se compadece de los suyos, ¿qué será de su equilibrio mental al tener que lidiar con tensiones constantes y estar obligados a manejar las diferencias y a llegar a acuerdos?

Y, sin embargo, esta situación sólo tiene de inédita que reproduce a nivel estatal la vida de muchísimas personas en el territorio que viven y aceptan estas contradicciones como parte integrante de su praxis política diaria.

Más allá de asumir las contradicciones, en nuestras carnes sabemos qué parte se lleva las heridas en la lucha constante por hacer cumplir los acuerdos y jugar limpio, y no es solamente porque de normal somos la parte minoritaria.

Nuestra manera, no de entender la política, sino de “serla”, y de hacerla carne, implica necesariamente la ética (que incluye la asunción de los errores y la voluntad de reparación) y el respeto profundo por la palabra escrita y por la empeñada, pero también la lucha contra lo imposible y el aguante, ante la mirada incrédula de nuestra familia y entorno, de la frustración, de la mentira y de la hipocresía.

Gestionar ese aguante en el campo de batalla sin caer en las tácticas del enemigo va también en el pack, aunque no consigamos más victoria que la moral, ni más rédito que el respeto y el afecto de tu trinchera.

No es del todo cierto, hay infinidad de victorias, pero en el terreno de lo cercano se basan más en haber evitado atropellos que en las transformaciones por las que luchamos.

Pero no nos resignamos a estar condenados/as a ser freno, nuestra potencia es tan grande como el mundo que al respirarlo hacemos nuestro, tan ingente como nuestra vocación de humanidad libre y digna. Y si nuestra coherencia e implicación nos impiden participar en los juegos sucios de los pactos y coaliciones, también nos obligan a ser voz y a elevar la palabra cuando se pretenden incumplir.

Los “chiquicos pequeños” podemos mostrar desacuerdo dentro de una coalición, desplegar nuestra argumentación, demostrar los incumplimientos y pretender coherencia en la acción conjunta de gobierno, pero decirlo en alto, no. En público, no. Porque es que hay que explicároslo todo: estáis siendo desleales, causando daños a la coalición y dando alas a la derecha. Y así nos quieren tener como la cuota necesaria para llamarse de izquierdas con la voz, mientras hacen política de derechas con la palabra.

La deslealtad grave no es la que se da de forma personal con los socios de los pactos, es la que traiciona las ideas y los programas electorales que sustentan esos acuerdos, y debemos denunciarla y hacerla patente independientemente de la correlación de fuerzas y de la presión mediática, política o económica que tengamos enfrente.

Si tenemos voz, es porque tenemos palabra.