Las palabras no son solo una interpretación del lenguaje que utilizamos, sino que constituyen un pequeño pero poderoso gesto que puede cambiar la forma en la que nos comunicamos.

Dado que en muchas ocasiones no existe una intencionalidad de discriminar cuando nos expresamos, el lenguaje inclusivo trabaja para desmontar y analizar aquellas cosas que damos por normales o habituales. El lenguaje nos ayuda a explicar la realidad y, por tanto, la construye. El lenguaje está vivo y la lengua ayuda a construir nuestro pensamiento y a entender y compartir el mundo.

El empecinamiento que la RAE hace del masculino genérico, ahora masculino inclusivo, ignora lo que ya se ha demostrado a través de estudios empíricos realizados desde la lingüística cognitiva, que el masculino es igual de específico que el femenino, y que, por lo tanto, ni es genérico ni es inclusivo. Quizás quienes son privilegiados y siempre están incluidos no son conscientes del ejercicio que supone saber cuándo si y cuando no se incluye a las mujeres en el masculino genérico.

El criterio compartido de que se den los desdoblamientos que incluyan a ambos sexos, cuando se dan situaciones de ambigüedad o justificadas por razón de énfasis, es lo que plantea el lenguaje inclusivo. Y es que todo signo lingüístico consta de dos partes: un significante, la palabra en sí, y un significado, el concepto asociado al término. Esta relación indivisible es la que, en última instancia, hace posible la comunicación: la asociación entre la cadena hablada que emitimos y los conceptos y las realidades a los que nos referimos.

Teniendo esto en cuenta, quizás sí que se hace necesario nombrar para visibilizar. Para que detrás de significantes como albañil, piloto, cirujano, enfermera, etc., podamos visualizar tanto a hombres como a mujeres, no hace necesariamente falta una terminación para cada género; lo más necesario es un contexto compartido y real en el que efectivamente existan mujeres y hombres ejerciendo esas profesiones. Pero hace falta que esa imagen esté viva en nuestra mente y en nuestro imaginario colectivo. Y para que de verdad las mujeres y los hombres sientan que ningún ámbito les está vetado por su condición de mujer o de hombre, seguramente sí que sea bueno «hacer campaña» en determinadas áreas. Cuando se quiere enfatizar que hay mujeres es necesario nombrarlas, porque durante demasiado tiempo se les ha negado su sitio en el espacio público.

Hay una fuerte asociación que existe entre las palabras y la realidad, y la lengua es también un espacio simbólico de poder que se puede utilizar como palanca de cambio en aras de la igualdad. Darle nombre a lo que queremos que exista, a lo que queremos identificar, fomentar y cuidar, nombrar, es siempre uno de los primeros pasos y lo es precisamente porque posibilita el reconocimiento que está en la base misma de la existencia.

Y, por último, la disciplina académica Análisis Crítico del Discurso, con décadas de investigaciones en su haber, demuestra que el lenguaje transmite valores ideológicos y no existe de manera aislada a las sociedades y jurisdicciones. Otra cosa es que la ideología nostálgica de tiempos pasados no case con el lenguaje inclusivo, pero no se debe denominar “neutral”. El lenguaje es político y por eso no se debe renunciar a él ni a su transformación que irá de la mano con la transformación social.

Con todas estas herramientas queremos afrontar el «Informe sobre el lenguaje inclusivo en la Constitución» que llevó a cabo la RAE y la deslegitimación del lenguaje inclusivo que está llevando a cabo la derecha política.

En el mencionado informe, publicado el 20 de enero de 2020, la RAE pretende hacer una aportación desde una perspectiva estrictamente lingüística sin tener en cuenta que el hecho de que el lenguaje transmite valores ideológicos. De este modo, la Academia concluye que “eliminar por decreto el masculino genérico e imponer sus sustitución obligatoria por dobletes es una empresa de «despotismo cultural y seguramente abocada a la frustración”.

Por desgracia la RAE no está respondiendo a los avances que se dan en igualdad en nuestra sociedad, como por ejemplo la acepción “violencia de género”, que lleva años en uso e incluso se incorporan en materia legislativa en la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, y cuya aceptación por parte de la RAE no será considerada hasta el año 2026, cuando se prevé la nueva edición de su Diccionario de la Lengua Española. Mantiene que el masculino genérico es masculino inclusivo, promoviendo su uso de forma generalizada sin considerar los sesgos de género y transmitiendo su ideología patriarcal.

No tiene en cuenta que la constitución española fue redactada en un momento en que existían verdaderas limitaciones formales a la participación en todos los niveles de las mujeres en nuestro país y que aún debe corregirse en el imaginario colectivo esta situación. A pesar de que el lenguaje administrativo y sobre todo el legal, suele ser bastante inclusivo incorporando fórmulas como “quienes oyeron” o similares, sigue defendiendo el uso generalizado del masculino, algo que contradice su acción, porque la RAE señala que no es necesario desdoblar, pero luego señala que el informe lo han elaborado “dos académicos y dos académicas”.

En definitiva, por un lado, el lenguaje refleja la realidad y, por lo tanto, debe evolucionar para reflejar en la lengua los cambios que se van produciendo en las sociedades y, por otro lado, el lenguaje construye la realidad y moldea nuestra visión del mundo y, por ende, usar un masculino cuando el sujeto no lo forman exclusivamente hombres, contribuye a perpetuar los privilegios patriarcales. Lo que se presenta como algo puramente lingüístico tiene consecuencias a nivel identitario y social. Esperamos seguir avanzando en lenguaje inclusivo poco a poco, incorporándolo en la cotidianidad para hacer visible lo que no lo es y avanzar en igualdad.