Artículo publicado el 15 de mayo de 2020 en El Periódico de Aragón por Álvaro Sanz, coordinador de IU Aragón
Durante el tiempo que llevamos de confinamiento la contaminación del aire se ha reducido una media del 58% en las grandes ciudades españolas. Municipios como Zaragoza se han ahorrado digerir 3’8 millones de kilos de basura. Este 20% de reducción es una cifra que nos debe hacer reflexionar sobre cuánto de ese consumo previo era prescindible. Otros contaminantes como el ruido, cuya estrella del rock es el tráfico motorizado, se han sustituido por el canto de los pájaros.

La crisis de la Covid19 está siendo dramática, pero nos está mostrando que la prosperidad no era la vida que llevábamos antes. Un reciente estudio científico asegura que Indicadores como el Producto Interior Bruto y su crecimiento infinito no pueden ser la brújula que marque el camino. Sumar la cartilla de ahorros de todas las vecinas del país y dividirla no es una foto real de cómo está distribuida esa riqueza. Además, ese índice no refleja ni el bienestar ni la prosperidad de la gente.

Se nos ha brindado la oportunidad de replantear nuestro consumo de recursos a escala planetaria. La Gran Pausa ha tenido breves lapsos de consenso en torno a temas cruciales. Somos más conscientes de la necesidad de la investigación científica al servicio del bien común, de todos los servicios públicos y en concreto la sanidad.

Pero para sobrevivir más allá de esta crisis también debemos darle la vuelta a la economía y adaptarnos a medio plazo a la crisis climática y no extinguirnos por el camino. Necesitamos una economía distributiva y sostenible. Las licencias de código abierto, las cooperativas, la propiedad colectiva, las energías renovables, la rehabilitación, los cuidados, la alimentación y su producción ligada al territorio, la cultura comunitaria… Y si todo eso se produce cerca de casa, mejor para todas. La autosuficiencia, la soberanía productiva, alimentaria o energética, forma parte del derecho al arraigo de las personas, en todos los lugares del planeta.

La esperanza se abre camino cuando se lee sobre modelos como el que propone la economista Kate Raworth. Su expresión gráfica indica cómo se vinculan las necesidades de las personas con el impacto ambiental de la economía en la sociedad y el planeta como ser vivo del que formamos parte y dependemos, que no se nos olvide. Raworth habla de invertir en empresas que persigan el bien social, la reutilización por encima del paradigma de usar y tirar, la cooperación por encima de la competición…


Y no, eso no es la falsa economía colaborativa o microcapitalismo (ese de Airbnb, Deliveroo, Uber, etc.). Tampoco es el “green washing” o lavado de cara verde que aplican las grandes corporaciones que sólo ponen en marcha la investigación cuando la economía circular es rentable para ellas. Y, aterrizando más en Aragón, desde luego no lo son ni los macromataderos, ni las grandes superficies comerciales… Ni los pelotazos urbanísticos que tanta rentabilidad ofrecen para unos pocos, dejando una herencia de marrones para las demás.

Es momento de analizar qué sectores son estratégicos para el mantenimiento de la vida y por lo tanto deben crecer, y cuáles suponen una amenaza para las personas y para el planeta y esos sí, deben decrecer. Recientemente el gobierno de la ciudad de Amsterdam ha anunciado que relanzará su economía bajo este nuevo paradigma.

Otro gran debate que urge abrir es la cuestión del tiempo. Ese recurso vital que ha adquirido una dimensión elástica y nueva en esta Gran Pausa. La verdadera revolución sería redistribuir los tiempos laborales y de cuidados. Repartir con corresponsabilidad el trabajo y la atención a menores y dependientes, ahora prestados en un 75% del tiempo por mujeres y con una cobertura por ejemplo en el ámbito de la salud, por los sistemas públicos de apenas un 20%, es decir, el 80% de los cuidados se produce de forma informal y sumergida. Paradójicamente esta pandemia ha puesto de manifiesto las limitaciones de ese 20%. Los efectos de la Covid19 sobre nuestros mayores en centros residenciales son el exponente de esta “tragedia humana inimaginable” tal y como afirmaba el director regional de la oficina de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para Europa, el doctor Hans Kluge. Nos debemos una sociedad basada en la cooperación y la sostenibilidad frente a la externalización de riesgos y cargas, este es uno de los claros aprendizajes en estos tiempos.

Y, por último, la madre del cordero: ¿Cómo vamos a redistribuir la riqueza? Está claro que mediante fiscalidad progresiva, pero, ¿y si redistribuimos también en origen, en el momento en el que se planifica estratégicamente un país, una autonomía o una ciudad? ¿En qué sectores se va a invertir para aprovechar este punto y aparte y pensar en la supervivencia humana y del resto de especies que conviven en el Planeta? Esta podría ser la oportunidad que estábamos buscando para librarnos de este parásito que es el capitalismo depredador de recursos y de vida.