Artículo de Alberto Cubero publicado el 17 de marzo de 2021 en Arainfo.

La mejor muestra de que la historia la escriben los vencedores, es que este jueves 18 de marzo se cumplen 150 años de la Comuna de París y el aniversario pasará desapercibido en el discurso oficial. Pero lo peor no es eso, es que la izquierda andamos consumiendo en redes sociales el último golpe de efecto dado por Pablo Iglesias, y el aniversario de la Comuna pasará sin pena ni gloria para nosotras también.

Esperemos que la decisión de Iglesias sirva para frenar electoralmente a Ayuso y que los que se quedan en el Consejo de Ministros frenen también a Calviño. Pablo Iglesias preparaba su retirada y ha sido inteligente en aprovecharla, dando una última batalla en las elecciones madrileñas y evitar el riesgo de quedar por debajo del 5%, pero también confrontando al modelo trumpista de Ayuso que apunta a ser el hegemónico en la derecha española.

La batalla, está claro, va más allá de Madrid. Hay que reconocerle que no tiene apego al sillón, pero como antes no lo tuvieron miles de cargos públicos de la izquierda, anónimos militantes. Tiene audacia, arriesga en el juego electoral, lo demostró creando Podemos y lo vuelve a hacer ahora, veremos si su apuesta permite además de salvar el 5% que la derecha no gobierne, desde luego con lo que había hasta ahora no se iba a lograr.

La decisión es buena, pero otra vez no se toma de manera colectiva lo que impide la construcción y democratización del espacio de UP, para disimularlo le imprimimos épica a la decisión para hacerla indiscutible, simplemente admirable.

Cuando tu concepción de la política se limita a lo electoral, renunciar a un ministerio para encabezar una candidatura te puede parecer el acto más audaz y valiente, pero cuando levantas la vista de lo electoral y recuerdas que se cumplen 150 años de la Comuna de París, lo de Iglesias te puede seguir pareciendo audaz y valiente, pero ya en su justa medida. Para audacia la de los comuneros que por primera vez en la historia lograron cambiar el mundo de base.

Valentía fue lo suyo enfrentándose a Versalles, Prusia y a toda la historia de la humanidad de opresores y oprimidos. Lo sé, son hechos incomparables, pero me cabrea que olvidemos uno de los acontecimientos más épicos de nuestra historia, mientras impregnamos de épica decisiones para disimular, que aunque acertadas, no han sido tomadas colectivamente.

Fue un 18 de marzo como el de este jueves, pero hace 150 años, cuando los excluidos de aquel París se negaron a devolver los cañones de Montmartre y Belleville, empleados en la guerra franco prusiana que había concluido con la derrota francesa.

Esas clases populares habían sido expulsadas a la periferia por la construcción de los grandes bulevares de la burguesía parisina a mediados del siglo XIX, sufrieron las medidas impopulares de alquileres y salarios, la represión de la revuelta de octubre de 1870 y los desastres de la guerra franco-prusiana.

Esta situación y el vacío de poder por la rendición ante Prusia, fue la partera de la revolución que hizo que los desarrapados de París tomaran el poder político. Eso sí que fue un golpe de efecto, el único golpe de efecto realmente efectivo. La toma del poder político por los oprimidos.

En 72 días de existencia, la Comuna condonó los alquileres, se autogestionaron los talleres por los obreros, se separó la Iglesia y el Estado. Por primera vez las mujeres cobraron protagonismo, las petroleras, mujeres como Nathalie Lemel o Louise Michel a la que el anarquismo le debe la bandera negra.

Y es que la Comuna fue la última experiencia donde todo el movimiento obrero se siente representado, de proudhonianos a blanquistas, pasando por jacobinos y miembros de la I Internacional, todas las tendencias de la izquierda francesa del momento fueron participes, pero ni por el valor de la unidad vamos a rememorarla como merece.

Nos queda el consuelo de que a la Comuna la recuerden los fotógrafos, pues fue el primer acontecimiento histórico de cierta relevancia que fue fotografiado. Hasta que años después se instauró el 1 de mayo, el 18 de marzo fue el día de conmemoración de la clase obrera, a la Comuna le debemos la bandera roja y la mayor enseñanza para un revolucionario, cuál es el papel del Estado.

En el manifiesto de aquel 18 de marzo la Comuna proclamó “…los proletarios de París han comprendido que es su deber imperioso y su derecho indiscutible hacerse dueños de sus propios destinos, tomando el Poder…”. Su experiencia primigenia los llevo a entender que tomar el Poder, no podía limitarse a tomar la máquina del Estado tal y como estaba y usarla para sus propios fines.

Ante el primer intento de cambiar el mundo el Estado mostró toda su naturaleza como elemento de sometimiento de clase, sus características y estructura están determinados para el cumplimiento de esa función, los comuneros comprendieron que no podían seguir gobernando con esa vieja maquinaria del Estado francés del siglo XIX y que tomar el poder, implicaba barrer por completo el viejo Estado, y construir un nuevo Estado para las nuevas funciones de la nueva sociedad.

Esa fue la gran enseñanza de la Comuna, pero el revolucionario es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra del papel del Estado. Y aquí estamos 150 años después emocionándonos con golpes de efecto con los que podamos hacernos con la gestión de la maquinaria de parte del Estado, confiados que desde allí generaremos contradicciones, pararemos el fascismo o que incluso cambiaremos el mundo de base.

Aquel Estado francés del siglo XIX estaba diseñado para barrer las viejas estructuras de dominación feudal y organizar la nueva dominación de la burguesía sobre el proletariado, surgida tras la Revolución Francesa y los sucesivos procesos revolucionarios de principios del siglo XIX francés.

Marx en La Guerra Civil en Francia lo clavó diciendo que el Estado se transfirió de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera. Su nuevo diseño y estructura se ajusta a ese único objetivo, como todo diseño y estructura de cualquier Estado está diseñado para la dominación de clase del momento.

También el Estado español de 2021, con un capital globalizado y financiarizado, con una clase obrera atomizada e ideológicamente mucho más sometida, se adapta a las características de esta estructura de dominación de clase que existe hoy en España para ser su herramienta más efectiva.

El Estado en nuestro caso, debido a ese capital y dominación de clase globalizado, llega incluso a ceder soberanías fundamentales, como la monetaria, la militar o la comercial, en unas estructuras supranacionales para las que no se convocan elecciones y que hace todavía más ineficaz, la simple gestión de las estructuras del Estado para nuestros objetivos finales.

Los comuneros entendieron rápida e instintivamente todo esto, que con un martillo pocas cosas distintas a clavar clavos iban a poder hacer, por eso su objetivo no fue hacerse con la gestión del martillo, lo destruyeron y construyeron una nueva herramienta pues sus objetivos eran bien distintos.

Precisamente por eso, porque supieron resolver con audacia el problema central de todo proceso revolucionario, el del papel del Estado, la Comuna fue el primer intento en la historia de cambiar el mundo. Y por ello recibió la más dura represión conocida cuando a finales de mayo de 1871 fue derrotada.

Comenzó la semana sangrienta y hasta 5 años después duró la ley marcial en París. Paraban a la gente y les hacían enseñar las manos, si estaban curtidas del trabajo, los fusilaban. El odio fue de clase, durísimo, aunque la Comuna no tomó nunca medidas enérgicas contra sus enemigos, decenas de miles fueron asesinados por su osadía histórica.

En España más de 60 años después, cuando la reacción tuvo que hacer frente a la revolución de Asturias del 34, todos sus tribunos desde Calvo Sotelo a Gil Robles, pasando por Melquíades Álvarez justificaron la represión diciendo que la represión de los comuneros llevaba garantizando a Francia más de 60 años de paz social.

Es cierto, lo timorato del movimiento obrero francés de finales del siglo XIX y principios del XX, no se entiende sin la paz de los cementerios que supuso la represión de la Comuna. Quisieron que temiéramos ser osados como los comuneros, para finalmente acabar olvidando su ejemplo.

Me duele reconocerlo, pero en parte lo han conseguido. Hoy una placa en el muro de los federados del cementerio de Père-Lachaise de París parece ser lo único que recuerda a la Comuna, sus herederos estamos a otras cosas, admiramos otras valentías.

Pero me niego a olvidar de dónde venimos, el enorme ejemplo y enseñanza de esta interminable historia que es la lucha de clases, donde la Comuna es una de sus páginas más memorables. Una historia donde ni reyes, ni dioses, ni tribunos serán el supremo salvador y a nosotras mismas nos toca, hacer el esfuerzo redentor.

Me niego a centrarme en la lucha electoral, a encerrados en una cueva y atados con grilletes como en el mito de la caverna, ver la realidad desde su óptica deformada. Lo siento, lo de Iglesias también me parece una jugada inteligente que abre nuevas posibilidades, pero para valentía y audacia la de la Comuna de París. Que con tanta hipérbole no lo olvidemos, porque venimos de la Comuna y espero que más temprano que tarde volvamos a ella.