Artículo de Blanca Enfedaque publicado el 12 de marzo de 2021 en elDiario.es

El primer amor debería ser el amor propio.

El primer amor debería ser el amor propio.

El primer amor debería ser el amor propio… Es una frase tan bonita que merecía adornar los muros de pueblos y ciudades de todo el mundo. Una idea que había sido gestada y pulida por su creadora, la artista zaragozana Noemí Calvo, tras un proceso de reflexión muy meditado. Una consigna que iba dirigida a las miradas femeninas, que nos evocaba esos preceptos que el sistema escolar nos debería marcar a fuego. Una invitación a querernos a nosotras mismas antes que a nadie o a nada, para no convertirnos en esos seres tan abnegados en el cuidado de los demás que acaban por descuidarse a sí mismas. Una actitud que seguro que nos resulta familiar ¿verdad?

Es una frase dirigida claramente a nosotras pero de la que la artista conscientemente omitió una referencia directa a las mujeres, puesto que es un consejo que perfectamente aplicable a cualquier ser humano. Aquellos que se desprecian a sí mismos tampoco saben querer bien. Eso está claro.

Quizá muchos de los señores que se dedican a hacer borrones sobre los murales feministas en diversos puntos de la geografía española sean de este último tipo. Porque hace falta quererse bien poco para preferir tener un tachón negro en las paredes de tu pueblo que una consigna que hable sobre el amor propio. Este proyecto, impulsado por la Mesa Comarcal para la Prevención y Erradicación de la Violencia contra la Mujer, de la comarca Andorra Sierra de Arcos, enmarcado en la campaña 8 de marzo, día internacional de la Mujer, ya es famoso en toda España gracias a sus destructores.

No debemos dar ni un paso atrás. Es una batalla cultural liderada por el sector más casposo de la sociedad. Un mural parece algo meramente simbólico sí, pero que conlleva una pugna por la hegemonía política. No entienden que el feminismo no puede sino mejorar las condiciones materiales de vida de todas las personas, porque, como dijo Rosa Luxemburgo, hay que luchar “por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.

Son una minoría ruidosa. Personas que necesitan subyugar a otras para sentirse realizadas. Muchos de ellos atravesados por una especie de complejo de inferioridad que les hace sentirse inseguros ante un mundo en el que las mujeres superemos las desigualdades que hoy, objetivamente, nos sitúan en clara desventaja respecto a nuestros compañeros. Los motivos son innumerables y de sobra conocidos: desde la violencia machista que nos arranca la vida (esta semana, sin ir más lejos, un nuevo caso de una madre e hija asesinadas en la localidad madrileña de El Molar) a la brecha salarial, pasando por innumerables humillaciones y torturas cotidianas de distinta intensidad.

Las imágenes de murales vandalizados, desde los pasos de cebra de Alcañiz a la obra de Jerez, han corrido como la pólvora por redes sociales y grupos de WhatsApp generando rabia e impotencia. Los de los tachones actúan al dictado del partido verde bilis que exigió que se borrara el mural de Ciudad Lineal en Madrid. Ese señalamiento desde la institución puso alerta a sus “agentes Smith” en el terreno que, spray negro en mano han realizado la gesta de su vida contra “la bestia negra del feminismo”(sic.) en diversos puntos de la geografía española. No son incidentes aislados. Ahora bien, no cejemos en el empeño de educar y abrir los ojos a ese sector de población. A esos hombres que se sienten agraviados tenemos que explicarles que su precariedad no está provocada ni por las feminazis, ni los emigrantes, ni las trans. Su precariedad emana de un sistema capitalista cuyo colapso ha sido acelerado por la pandemia. No dejemos de hacer pedagogía. No olvidemos que desde el victimismo y el ultra nacionalismo se han construido algunos de los sujetos políticos más peligrosos.

En eso andan pero, de momento, es innegable la victoria del movimiento feminista sobre el cambio de conciencias y sobre la opinión pública. Son los coletazos de un sistema patriarcal que se resiste a ceder el espacio público al feminismo. Esos tachones son la prueba viva de que estamos ganando.

Como decía Javier Gallego en su radio editorial, han logrado el “Efecto Streisand. Querían borrarlos y los han hecho más visibles”. 

Me temo que en este caso de los murales tachados no va a valer la Ley de Newton de Acción Reacción. Por cada mural vandalizado van a brotar cien más. La artista ya ha anunciado en sus redes sociales que liberará la plantilla para que toda aquella persona que quiera llevar esta frase a su pueblo o barrio pueda hacerlo con total libertad. Como dicen las impulsoras del proyecto: “somos muchas voces y tenemos muchas brochas”.