Artículo de Pedro Santisteve y Pablo Muñoz publicado en El Periódico de Aragón el 7/02/2020


Esta semana el Mercado Central ve sus puertas abiertas tras dos años de rehabilitación pero casi cinco de reflexión y trabajo humano. En primer lugar, para que quede bien claro, queremos destacar la valentía y esfuerzo de los detallistas, que han sabido reinventarse y actualizar la muy noble profesión de alimentar nuestras cocinas. En nombre de toda la ciudad, a todos vosotros, a todas vosotras, gracias. Estamos seguros de que la apuesta económica que habéis hecho, la mudanza al provisional y la vuelta al mercado histórico, toda la formación y modernización que habéis liderado, tendrá su recompensa.

La reforma del Mercado Central, desde la humildad, pero también desde el orgullo colectivo, es el ejemplo de la buena gestión de un buen Gobierno, el de Zaragoza en Común. No se trata de autobombo. La primera gran evidencia de esto es el momento en el que se inaugura. Tuvimos que decidir si correr para inaugurar o darle importancia al proyecto, a los detallistas que iban a hacer de ese edificio su medio de vida, a los buenos profesionales que estaban trabajando… y así lo hicimos. Es verdad, no cortamos cintas, no hubo inauguraciones. Pero nos fuimos con la satisfacción de un trabajo bien hecho.

La segunda evidencia es que el Mercado fue fruto de la negociación, de ser conscientes de los diferentes intereses y saber conjugarlos y ahí jugó un gran papel nuestra compañera Teresa Artigas desde la concejalía de Mercados y desde el distrito del Casco Histórico. Queríamos un edificio que hiciera honor a su historia, una rehabilitación respetuosa que le sacara brillo a esa marca de ciudad, pero a la vez tenía que ser moderno, accesible, atractivo, con usos renovados pero manteniendo su espíritu de mercado, sin convertirse en un escaparate turístico de productos delicatessen que nadie puede comprar.

Gracias también a la profesionalidad de los equipos técnicos municipales, recuperamos su color original, su estructura de carpa ligera con un sistema de acristalamiento que permitiera ver desde fuera toda la actividad de compra, que fuera tan atractivo que te invitara a entrar. Todo ello, controlando los costes, de manera que al final, el gasto fue menor del previsto.

El Mercado Central tenía que ser el mascarón de proa para el resto de mercados de barrio, una forma de poner en valor esta actividad. Por eso emprendimos un proceso de mejora y modernización de todos ellos.

Asimismo, impulsamos una huerta de proximidad que abasteciera Zaragoza, que alimentara los mercados de barrio y apoyara prácticas de consumo más ecológicas y sostenibles.

Soñamos con el concepto Distrito Mercado, donde la potencia del Central sirviera para regenerar todo su entorno y pudiera actuar como marca de calidad para el comercio de proximidad. Ejecutar reformas como el Plan Echeandía o el museo de la Imprenta Blasco quedan pendientes de su impulso hoy, si bien los pisos asociados a la reforma de la imprenta están ya concluidos y se deberían sumar al parque público de vivienda municipal


Atrás quedan las dificultades, que no fueron pocas: la falta de apoyo político, la necesidad de conjugar los ritmos de la rehabilitación con garantizar que el Mercado siguiera funcionando (qué maravilla el mercado provisional y cómo supieron los detallistas los clientes hacer lo suyo enseguida), la necesidad de hacer puestos homogéneos, con una imagen común, a la par que permitíamos que cada uno fuera singular, con el sello personal de cada comerciante.


Esta semana Zaragoza tiene un gran motivo de alegría y es bueno celebrar los éxitos colectivos, pero en seguida hay que ponerse manos a la obra porque queda mucho por hacer. Hay que continuar el apoyo a los mercados de barrio, son la garantía de productos de calidad al lado de nuestras casas, son la posibilidad de preservar variedad en nuestra alimentación fuera de los productos estandarizados de los supermercados, son la puerta abierta para los productores. Esto tiene que ser el último eslabón de una cadena bien engrasada, que comience en la producción de alimentos, pase por una distribución más sostenible y acabe con un consumo responsable. Zaragoza siempre fue una ciudad de huerta, en una ribera del Ebro que nos garantiza producción de calidad. Zaragoza debe apostar por un nuevo modelo productivo, aprovechando las virtudes de nuestra tierra, esas que no se pueden deslocalizar.

Hay que ir pensando ya dónde colocar el Mercado Provisional, ideado para que, una vez cumpliera su misión, fuera destinado a un barrio en el que no hubiera ningún mercado de proximidad, ampliando así la red municipal, tal y como proyectamos desde Zaragoza en Común.

Una misión sutil de los gobiernos municipales es, también, alimentar la autoestima de los habitantes. Quizá no sea la más importante ni la más urgente, pero es la que perdura y la que crea estados de ánimo que ayudan a sobrellevar el día a día. El Mercado Central es nuestra gran aportación a ese orgullo de ciudad, todo un símbolo de cuando las cosas se hacen con cariño hacia Zaragoza.