Artículo de opinión publicado por Pablo Muñoz en Eldiario.es

Duele Bolivia, duele el golpe de Estado, duele por burdo, evidente, porque nos recuerda a una época que creíamos pasada. Duele por la posición de la comunidad internacional, duele porque no es el primero, ni será el último.

Lo de Bolivia es parte de un plan de reconquista de un continente trazado al más puro estilo ultraderechista. Parte de una cuestión económica fundamental, máxime con la renovación del tratado de libre comercio de Mercosur pendiente de ser ratificado por el Parlamento Europeo y los estados miembro. Un acuerdo que facilitará el acceso de los productores del viejo continente a los cuantiosos recursos naturales de Bolivia, que cuenta con el 85% de las reservas mundiales de litio (claves para la revolución tecnológica). Pero no debemos obviar que la estrategia económica se fundamenta en una guerra cultural que es sostén de esa misma estrategia de reconquista.

El frente común que un día marcaron los diferentes gobiernos de la izquierda latinoamericana era demasiado incómodo. Sus estrategias, como la de generar un bloque económico independiente llamado ALBA que les liberara de la sumisión estadounidense y sus tratados de libre comercio, producían dolores de cabeza en la Casa Blanca. Sus datos incontestables de crecimiento real y de reducción de las desigualdades eran un ejemplo a combatir. Durante la administración de Morales, Bolivia ha mantenido el mayor crecimiento económico de Sudamérica con un 5% anual, reduciendo además en 23 puntos el índice de pobreza extrema. (Datos similares han presentado Venezuela, Brasil, Ecuador, Nicaragua… ). No en vano, en cuanto ese bloque se ha ido debilitando por diferentes razones, la administración Trump y sus aliados han intentando el derrocamiento de sus gobiernos con estrategias similares: la desacreditación de sus mandatarios, la creación de una falseada sociedad civil contraria y finalmente el uso de la fuerza por sus diferentes vías. Este plan también ha sido puesto en marcha en Bolivia.

Lo diferente de Bolivia es lo zafio del “modus operandi”, esta vez se les ha ido las manos y la estrategia ha quedado al descubierto. Más de 100 profesores de economía y estadística de las principales universidades del mundo rechazan hoy la acusación de fraude electoral y dicen que lo que sí que ha existido en Bolivia, es un golpe de Estado. Lo chusco de este relato es que ni siquiera han podido negar que Evo ganó en la primera vuelta, en las dos cámaras, por mayoría absoluta. Ni que, más allá de si llegó o no a los 10 puntos de diferencia, lo cierto es que barrió al segundo contrincante a las presidenciales, Carlos Mesa en esa elección. Es tan falaz, que ni siquiera las más de 23.000 cuentas falsas de Twitter creadas en los dos días posteriores a las elecciones para difundir bulos, han podido esconder esta realidad.

Hoy, los golpes de estado de nueva generación ya no se hacen con invasiones masivas desde otros países, con ataques directos, sería demasiado difícil de explicar ante la comunidad internacional. Se necesita revestirlos de una legitimidad dada por la supuesta falta de democracia en el país intervenido o una efervescencia social que lo justifique, y así se hizo (o se intentó) en Bolivia. Era difícil acusar a Evo de dictador siendo el ganador incontestable de las elecciones que se habían desarrollado, tenían que introducir la sospecha, la acusación de irregularidades (irregularidades que el informe de la OEA no concreta, ni demuestra que de existir favorecieran al MAS). Tampoco la protesta social era definitiva. La oposición se echó a la calle acusando a Evo de fraude mucho antes de que hubiera resultados definitivos y, tras días de esfuerzos del MAS por frenar a la gente para evitar un enfrentamiento civil, esa contestación fue superada por manifestaciones masivas de apoyo a Evo por todo el país. Finalmente, se tuvo que echar mano de la policía y el ejercito que acabó “sugiriendo” a Evo, primero que convocara elecciones, y cuando lo hizo, que directamente se fuera, para comenzar inmediatamente una cacería contra su persona y todos los dirigentes del MAS en los días siguientes.

Mientras tanto, la autodesignada presidenta interina Jeanine Áñez, estaba reconociendo al autodesignado presidente de Venezuela Juan Guaydó, sacando a Bolivia del ALBA y del UNASUR, cerrando relaciones con Cuba, volviendo a unir estado y religión –católica- y otorgando impunidad al ejercito y la policía boliviana para reprimir y matar a quien contestara el golpe. Todo un drama, insoportable desde el más mínimo respeto a la soberanía de un pueblo, desde el respeto básico a los derechos humanos. Tanto es así que hasta el ex secretario de la OEA José Miguel Insulza, reconoce ya que “no hay duda que ha habido un golpe de Estado en Bolivia”.

Y lo malo es que lo peor está por llegar. Si vuelve a repetirse el cercano ejemplo de Honduras, y nada nos dice que no vaya a suceder, ahora se realizaráncomo ya se ha anunciado unas elecciones. Unas elecciones convocadas por los que han derrocado el gobierno, controladas por el ejército y la policía autores materiales del golpe y validadas por EEUU y el resto de comunidad internacional cómplices del atropello… ¿Alguien piensa que van a permitir que el partido de EVO, el MAS, fuerza mayoritaria en Bolivia desde hace más de 12 años gane esas elecciones? Lo más probable es que , como ya ocurriera en Honduras, estos comicios serán fraudulentos y servirán para legitimar el golpe. Serán una estrategia para legalizar un proceso que resultó a la postre demasiado chabacano para ser aceptable.

EEUU necesita controlar su “patio trasero” ante su repliegue táctico de otros escenarios. Necesita acceder a sus recursos naturales y ser de nuevo el gendarme de América, tras más de una década de gobiernos de izquierdas que se han atrevido a confrontarle y defender su soberanía.