El pasado mes de julio estuvo el Papa Francisco en Brasil. Se celebraba la Jornada Mundial de la Juventud, cuyo primer evento fue en 1987 en Buenos Aires, siendo papa Juan Pablo II; otro año se celebró en Madrid, y este año, como digo, en Brasil.

Su mensaje discurrió casi por completo alrededor de la necesidad de la extensión de la evangelización por parte de los jóvenes principalmente, pero de los demás también. Quiero comentar con el debido respeto dos aspectos que han sido resaltados por la prensa, pero no me he quedado en los recortes de prensa. He bajado de internet los discursos del papa Francisco y los he leído con atención. No comentaré otros aspectos que los medios le han sacado con sacacorchos, como el tema de la mujer en la Iglesia, u otros temas que echo en falta, como la denuncia de la guerra, que no aparece en los discursos.

El primer aspecto es el de la postura ante la situación actual. Estoy de acuerdo con las tesis expresadas por el papa Francisco, que se refleja en varios pasajes, por ejemplo en estas palabras:

“No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.”

“Miren, yo pienso que en este momento esta civilización mundial se pasó de ‘rosca’, se pasó de ‘rosca’, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos.”(Se refiere aquí a jóvenes y ancianos)

Pero falta, a mi entender, terminar la reflexión. Sacar conclusiones de esa valiente reflexión. Sólo aparece en los textos una mención genérica que dice “Que a nadie le falte lo necesario y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad.” Porque en el mundo al que se dirige el papa Francisco suceden cosas muy sangrantes, que es preciso enumerar. Jesucristo se lió a latigazos con los mercaderes del templo, y aquí no hay ni siquiera una mención a los grandes capitales, a los grandes fondos de inversión, que suben y bajan a su antojo precios de alimentos, por ejemplo, creando hambrunas tremendas, y no se explicita la labor del Estado como necesario redistribuidor de la riqueza y del trabajo, para atender a los excluidos del sistema. Porque los pobres, a quienes dice defender la Iglesia, no existen para la economía de mercado; no tienen capacidad de compra, son invisibles al mercado, y por tanto alguien tiene que solucionar el problema. Ese alguien sólo puede ser el Estado.

Me niego a que sea la caridad la solución. La caridad, como mucho es un parche transitorio. Comentaba hace poco con el responsable de Cáritas de Teruel que no se enfadase, pero que mi objetivo es que Cáritas no sea necesaria. Él estaba de acuerdo conmigo. Esto no quita para reconocer la labor encomiable que llevan adelante. La existencia de Cáritas y su trabajo cada vez más intenso es una acusación tremenda para todos nosotros, por no saber organizar una sociedad donde lo imprescindible esté garantizado.

El segundo aspecto que quiero resaltar es lo positivo que ve el papa Francisco la laicidad de los estados. Lo expresa en la siguiente frase:

“La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.”

Esta expresión del Papa no es que se le escapara fuera de contexto, sino que forma parte del “Discurso del papa Francisco a la clase dirigente de Brasil.”

Quiero que comparen la frase con una de las que expresé en el pleno del ayuntamiento de Teruel donde se debatía el lugar donde se debían celebrar los actos religiosos:

“Lo que estoy pidiendo no es que no haya misas ni salves, sino que se celebren en el lugar apropiado para ello. Lo que pido es que se termine por fin ese proceso inconcluso de la separación entre la Iglesia Católica y el Estado español. No quiero que riñamos con la Iglesia, sino que tengamos relación desde la independencia mutua.”

El sentido de la frase es el mismo en ambos casos: La relación iglesias-estados desde la independencia mutua es beneficiosa para ambos.

La palabra laicidad es más fuerte que la aconfesionalidad de la Constitución Española, pero en definitiva, a efectos prácticos, son similares. Aconfesionalidad es, según el diccionario: “Falta de adscripción o vinculación a cualquier confesión religiosa.”

Y no me molesta en absoluto estar teóricamente más cerca del papa Francisco en este tema que Rouco Varela, u otros prelados y laicos más cercanos en el espacio. El futuro va por ahí, a pesar de que tendremos que arrastrar con fuerza y constancia a muchos que se niegan a entrar en el siglo XXI. Y tampoco temo a quienes piensen que estoy arrimando el ascua a mi sardina. Creo que es mi obligación.

 

 

Teruel, 7 de agosto de 2013

José María Martínez Marco, Concejal de IU en Teruel