Artículo de Alberto Cubero publicado el 28 de julio de 2023 en Arainfo

Cuando su hija Adriana me escribió este jueves por la mañana avisando de que Emilio había muerto, a pesar de lo previsible por lo que habíamos hablado a lo largo de la semana, me ha dado el vértigo de la ausencia del amigo, del camarada, del admirado hombre orquesta de la vida que fue Emilio Lacambra.

Emilio fue hijo predilecto de Zaragoza, expresidente de Horeca, también actor de teatro, fue vocal del equipo de fútbol Rayo-Portillo y, sobre todo, dueño de Casa Emilio. Una persona querida y polifacética, que hoy sin duda dejará muchas ausencias. Pero para mí, Emilio fue ante todo militante del PCE, esa es la mayor ausencia que me deja.

Emilio pasó de nacer en una casa dónde no se hablaba de política a afiliarse al PCE en plena dictadura franquista. Su compromiso comenzó en el teatro, cuando a principios de los 60 entró en el TEU (Teatro Universitario) de Medicina, de Miguel Hernández a Camus en un ambiente cultural emergente hasta que en el 63 detienen a 12 del grupo teatral, entre ellos, a Emilio.

El gobernador civil les obligó a firmar un documento por el que se hacían responsables de los “follones” que hubiese en la universidad, por lo que se vieron forzados a tomarse un descanso. Una tregua consciente en la que, con un grupo de amigos, subió a Valdefierro a ayudar en la construcción de chabolas para las familias gitanas. Aquella experiencia les radicalizó y de los 10 que subieron, 9 ingresaron en el PCE. En el 66, lo hizo Emilio de la mano de Juan Antonio Hormigón.

Emilio fue un camarada generoso, su casa y su negocio fueron sede de su célula y de material de propaganda del PCE. Junto a José Goez, responsable de propaganda del Partido por aquel entonces, y con camaradas como Fructuoso Merín comienza a trabajar en el aparato propagandístico del Partido, tarea minuciosa y arriesgada en aquella época.

Él solía recordar cómo le afectó la historia de Antonio López, que Natxo Beltrán contó de una manera extraordinaria en su novela “Vivid por mí”. Emilio dejaba su paquete de Mundos Obreros en la papelera que debía recoger Antonio López militante también del PCE, esta era una de las tareas de Emilio en el aparato de propaganda. Antonio no acudió a recoger los Mundos Obreros de la papelera, se había suicidado temeroso de no aguantar las torturas en comisaría.

Aquello marcó a Emilio, pero no cambió su compromiso tan sólo su forma de interpretarlo. Trabajó en el movimiento vecinal, en el asociativo y cultural, por su condición de hostelero llevó la cocina del pabellón de Aragón en la Fiesta del PCE, pero sobre todo hizo de su restaurante Casa Emilio sede y guarida de la política y cultura de nuestra ciudad, impulso de expresiones artísticas o periodísticas, por ello Emilio es enormemente conocido y añorado hoy. Lo hizo con la misma generosidad con la que militaba en el PCE, ahora en lugar de esconder Mundos Obreros da de comer a personas necesitadas en colaboración con el párroco del Portillo. Defendió Casa Emilio ante la presión de las inmobiliarias y hoy permanece la puerta abierta de su negocio en un edificio todo tapiado, pero ya no será lo mismo ir a Casa Emilio. Al menos para mí.

Y es que a Emilio le gustaba “despachar con el Partido” como solía decir y como tuve el orgullo de ser secretario de su Partido y el mío, cada vez que acudía a Casa Emilio me buscaba con la mirada, me agarraba del brazo y comenzaba a despachar. “No entiendo nada Alberto” empezaba, y a partir de ahí comenzaba su minucioso análisis de la situación, con esas comparativas históricas del que lo ha vivido casi todo, con esa socarronería que tenía de aliado su enorme bigote que te impedía saber si sonreía cuando te hablaba. Buscaba respuestas con esa disciplina del que espera directrices claras y concretas de su Partido como un listado de papeleras en las que depositar los Mundos Obreros.

Pero la realidad es tan compleja que la respuesta no es un listado de papeleras y ahí nos enredábamos en más preguntas que respuestas. Cómo voy a echar de menos esos despachos tuyos con el Partido. Podía aparentar ser un verso suelto, un mesonero deslenguado en las largas sobremesas de Casa Emilio, pero en realidad era uno de los militantes más disciplinados. El domingo en camisón y camilla del hospital fue a votar, el jueves murió.

Emilio fue para mí un camarada de cabecera, de esos que buscas cuando tienes dudas y, como tenía un restaurante, hasta cierto punto era fácil. Era inteligente y socarrón, en realidad se respondía con sus propias preguntas, así que siempre era un placer ir y aprender en Casa Emilio. Los últimos tiempos Emilio ya no iba mucho por ahí dada su situación, pero la situación general también está jodida y cuando acudía buscándolo y los camareros me avisaban que no estaba se me hacía un vacío. Hoy ese vacío es insondable.