Artículo de Adolfo Barrena publicado el 28 de junio en El Periódico de Aragón

No diré nada nuevo, aunque algunos y algunas no parecen saberlo, afirmando que el agua es un bien tan necesario como limitado. Los mercados, empresarios/as, partidos políticos, sindicatos y organizaciones agrarias, la catalogan como “recurso”. Por ahí empiezan los problemas. Un bien es todo aquello que atiende a las necesidades humanas. Un recurso es aquello que produce un beneficio. 

Históricamente, el agua, su control, su acceso y su utilización, ha sido (todo dice que seguirá siendo) fuente de conflictos, tensiones y enfrentamientos (incluso armados). Pueden repasar la historia y las hemerotecas.

A estas alturas, la comunidad científica, representada por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, multitud de universidades y centros de estudios e investigación sobre el planeta, así como reconocidos organismos internacionales, advierten de que más de la mitad de la población mundial sufre escasez grave de agua y avisan de que la sequía se agravará.

España, como tantos otros países, sufre la falta de lluvias, lo que se denomina “sequía meteorológica”. No llueve porque fenómenos, como la deforestación y el calentamiento global que producen los gases del efecto invernadero, rompen el equilibrio natural de la relación de la atmósfera y los océanos.

Resulta que aquí, en nuestro país, como en muchos otros, debido a la escasez que ahora agrava la sequía, hace tiempo que el agua es considerada, nada más y nada menos, que un “recurso estratégico” asociado al crecimiento y al negocio y un “recurso populista” a utilizar en los debates políticos. 

No es nueva la cosa. Franco recurrió a la «pertinaz sequía» para justificar unos planes de desarrollo apoyados en la construcción de pantanos (de hecho hubo un tiempo en que se le llamaba Paco el rana) y, de paso, disimular la hambruna que vivía nuestro país en los años 40 y 50. Aquella política hidráulica, además de los pantanos, establecía los trasvases. Así, iniciado en 1966, el trasvase Tajo-Segura lleva agua, cada vez menos, a Murcia desde 1979, año en el que empezó a funcionar. Hoy en día los pantanos que deberían abastecerlo están al 23 % (Buendia) y al 31 % (Entrepeñas). Hay acueducto, pero no hay agua.

La pertinaz sequía le vino muy bien a esas empresas que, con mano de obra barata, los esclavos del franquismo, hicieron millonarios a sus accionistas. Por cierto, muchos de los pantanos, que echaron a las gentes de sus casas e inundaron pueblos, no se hicieron para llevar agua a los cultivos, ni a las bocas de la gente. Se hicieron para producir electricidad y para los desarrollos industriales, incluido el del sector turístico.

Esa política pantanera del franquismo tenía un empeño especial en evitar que “ninguna gota de agua se perdiera en el mar”. Eso lo hemos oído muchas veces y lo hemos vuelto a oír al propio Abascal que ya se ve, en cuanto se recupere el NODO, como nuevo caudillo, inaugurando trasvases y pantanos. 

Pero ese argumento, además de trasnochado, demuestra la supina incultura que significa considerar que el agua en el mar es un recurso perdido en vez de un bien necesario para intentar mantener, de la mejor manera posible, los mares. Recuerden, por poner un ejemplo, lo que ha pasado con el mar Menor.

Hoy, la sequía, vuelve a ser la excusa para que la populista ultraderecha, obviando la escasez, proponga un ambicioso plan de obras y construcciones hidráulicas que distribuyan el agua mediante trasvases. Aunque sea para abastecer ese turismo depredador de nuestras costas o esos regadíos ilegales de Doñana.

La trasnochada cultura de los trasvases se apoya en ese error de “poner agua a disposición” en vez de buscar el ahorro y la gestión eficiente y racional de la que haya. Favorece un desarrollismo depredador e imposible de mantener por cuanto, por mucho pantano y acueducto, el agua es un bien escaso y finito. No es posible, como ocurre en estos momentos, que haya más demanda que posibilidad de abastecimiento.

Nada importa tampoco que hablar de trasvases signifique, además de una aberración ambiental, un foco de tensión social, favorezca el enfrentamiento entre las diferentes cuencas y agrave los desequilibrios territoriales. 

Su ignorancia profunda les impide ver que el verdadero problema es el cambio climático que niegan. 

Resucitar los trasvases es la prueba inequívoca, una vez más, de que su programa de gobierno es devolvernos al siglo pasado.