Artículo de Nicolás López publicado el 5 de enero de 2023 en El Periódico de Aragón
Ya empieza a convertirse en un tópico que todos los inicios de año, los portavoces de las formaciones políticas hagamos un artículo de opinión deseando un buen año, comentando nuestra trayectoria durante el pasado año y los objetivos que vamos a marcarnos de cara al próximo curso político. Algo que no está nada mal, ya que también te permite fijar la vista atrás y hacer un recorrido en torno a lo planteado en las diversas instituciones y durante los debates que se dan en la ciudad a lo largo del año. Unos debates que, en 2022, no han dejado indiferente a nadie.
El año que hemos despedido, nos ha dado un poco para todo, el derrumbe del Torico, los autobuses a los barrios rurales, levantar medio Teruel porque llegan las elecciones, ver obras que se quedan atascadas como la famosa piscina climatizada, etc. Además, a esto se suman una serie de chapuzas que por parte del Gobierno autonómico están dejando un panorama de futuro bastante gris en nuestra provincia. Entre ellos, me gustaría hacer especial hincapié en la implantación de renovables sin ningún tipo de planificación, los pliegos de un transporte sanitario –que no cubren las necesidades reales de la provincia– o planes turísticos sin orden ni concierto potenciando un modelo que tiene las horas contadas.
Sin embargo, podemos apreciar que vivimos atascados en una espiral discursiva que nos lleva a elegir entre susto o muerte. Encima de la mesa de los discursos planteados en torno a nuestra provincia y nuestra ciudad, solo encontramos dos modelos. Por un lado, el planteado por los grandes partidos que se tienden a repartir las instituciones que caen en un «Que todo cambie para que no cambie nada»; es decir, pasarse de uno a otro la silla, para seguir haciendo lo mismo que llevan aplicando de forma fallida durante 40 años. Por otro, aquellos que supuestamente se consideran una esperanza pero que plantean su discurso desde un pesimismo y un fatalismo total, el cual supone abocar a nuestra provincia al ostracismo más absoluto.
Porque no hay nada más peligroso que trasladar al exterior de nuestra tierra un discurso basado en el «todo está mal aquí». Eso es algo que se ve en los datos, seguimos perdiendo población año tras año en más de 200 municipios de la provincia. Obviamente tenemos muchas cosas que mejorar, sin embargo, la esperanza del aumento de población pasa por atraer población a nuestros municipios, y cuando planteas que vivir aquí, es similar a vivir en un pueblo de Tanzania, difícilmente será atractivo para nadie trasladarse a nuestra provincia.
Y aun así, tenemos muchas cosas de las que poder sentirnos orgullosos y orgullosas en nuestra tierra y que aportan ventajas a la hora de medir la calidad de vida de un territorio. ¿Acaso alguien se imagina en Madrid que un niño o niña vaya solo al colegio en unos minutos? ¿Tener el trabajo como máximo a 15 minutos de casa, añadiendo así mucho tiempo de vida a nuestro día a día? ¿Nuestra riqueza paisajística y la poca contaminación de nuestro aire? ¿La agilidad en muchos trámites frente a las esperas en la mayoría de ciudades grandes? Son pequeñas cosas que en otras ciudades nos envidian y sin embargo no somos capaces de trasladar.
Este 2023 nos jugamos en los diversos ciclos electorales precisamente eso, continuar profundizando en un discurso de futuro que ahonda en lo gris y lo negativo; o, por el contrario, apostar por modelos de cambio, que pongan también en un primer plano lo positivo a la vez que trabajan para abordar cambios necesarios en nuestro territorio.
Un modelo, el segundo, que desde Ganar Teruel representamos y demostramos día a día. Una de las muestras de ese trabajo es que en todos los municipios en los que nuestra formación gobierna, ha aumentado la población. Incrementos que no son fruto de la casualidad, sino del trabajo constante, con optimismo y empatía, acogiendo a las personas, con la búsqueda de viviendas para nuevos pobladores y, sobre todo, potenciando lo positivo que tienen nuestros municipios. Sin ir más lejos, en un municipio como Fuentes de Rubielos, la población desde el año 2017 hasta la actualidad, ha aumentado en casi un cuarto, mientras que en el vecino Rubielos de Mora, mucho más grande y con cierta industrialización y popularidad turística, su población ha descendido. O en la propia capital, donde desde 2020, la población ha descendido en 340 personas.
Es innegable que tenemos déficit en infraestructuras, servicios, profesionales y muchas otras cosas. Sin embargo, muchos de esos problemas, también parten de nuestro territorio. Por eso, en vez de buscar enemigos externos, quizás debemos empezar a fiscalizar y cuestionarnos en qué se han gastado los fondos que han llegado a nuestra provincia. Hablamos, por ejemplo, de los más de 1.200 millones de Euros que han llegado del Fite; una cantidad ingente de dinero que, sin embargo, no se han plasmado en el territorio en mejoras sustanciales para la población. Porque muchos errores y malas gestiones parten de aquellos que también conviven con nosotros y no de un complot contra Teruel.
Debemos ser críticos, cuestionar las cosas, pero también vender lo positivo y no caer en los mismos mantras que durante años nos han llevado a perder población. La realidad demuestra que necesitamos otros modelos que miren al presente y al futuro con esperanza real de cambio en este año que iniciamos.