Plaza de Toros de la Misericordia. Oxímoron de sabor amargo. Nombre de plaza de tortura de seres vivientes en Zaragoza.

Según la RAE, misericordia es la «inclinación a sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda». Yo les he escrito un correo electrónico para proponerles que añadan «(…) excepto en Zaragoza, donde esta definición ve invertido su significado por el de: espacio en el que se hace sufrir a seres vivos, se contribuye a la tortura y se disfruta por ello«. Espero no tengan ningún reparo en aceptarme la ampliación de la definición en estos términos.

Se acerca el primer domingo de las fiestas mayores de Zaragoza. Y, como cada año, la misma tortura. La que reivindicamos deje de hacerse a los toros, la de dar muchos pasos adelante para completar el recorrido de la manifestación con mucha energía y convicción pero con ese poso de tristeza y rabia por comprobar que, un año más, no hemos conseguido parar la masacre de seres vivos astados en la plaza de la Misericordia del Portillo.

El final del verano fue regado con calor de esperanza y color verde claro. Conocimos la noticia de que el Gobierno de Zaragoza en Común, en el Ayuntamiento de la ciudad, ha decidido prescindir de cualquier tipo de evento y espectáculo de ocio en la capital aragonesa que utilice animales. En contra, el comienzo del otoño, vuelve a ser regado de frío martirio animal y color rojo oscuro. Un año más van a sucederse esos sádicos espectáculos, donde la sangre y el sufrimiento del toro, son los protagonistas. Y todo ello condimentado de apoyo y colaboración de las administraciones provinciales y autonómicas de la Comunidad.

En los últimos días he vuelto a escuchar por infinitésima vez esos manidos argumentos estúpidos, ignorantes y ridículos. Vuelvo a oír que se trata de la fiesta nacional. Las fiestas son para celebrar y divertirse, respondo, pero en la cara da mi interlocutor (sí, es hombre y de edad avanzada) veo una sonrisa sádica y mirada de asentimiento a mi comentario. Creo que tengo miedo. Paso atrás.

Cómo no, continúo escuchando ese otro de que es nuestra cultura y tradición. Mis ojos empiezan a desbordar las órbitas. Refresco la memoria y aporto información (seguramente olvidada por la ausencia de dedicación al estudio) a quién me interpela. Cultura y tradición también fue quemar a mujeres en la hoguera, momificar en vida, la lapidación o el Hara Kiri. Aunque quizá mi oyente, defensor del asesinato con saña y gozo, no sea tan poco ilustrado como yo creo y conozca que ya, en la anterior legislatura, se incluyó en el Ministerio de Cultura «la disciplina artística y el producto cultural de la tauromaquia». Tengo náuseas. Dos pasos atrás.

La siguiente, muy de esperar por cierto, es aquella que saca lo peor de mí, el toro de lidia es el animal que mejor vive. Y ya se me hincha la vena, salen mis malos modales y se agotan las energías para utilizar argumentos sensatos y coherentes. Pues nada majo, te hago un listado de unas cuántas personas que viven, como popularmente se conoce, a cuerpo de rey, y ya estamos tardando en sacar a toda esa gente a una plaza de arena, medio drogada, clavarles banderillas por la columna vertebral, aplaudir cuando babeen sangre y se tambaleen por el ruedo y gritaremos como posesos y posesas cuando, finalmente, se les de la estocada mortal. ¿Te hace? De nuevo esa mirada inquina del taurófilo. Tres pasos atrás, esta vez, con salto incluido.

No quiere seguir hablando conmigo. Nos vemos el domingo me dice.

Y nos veremos, ya lo creo. Coincidiremos el día 11 de octubre en la plaza del Portillo de Zaragoza. No nos saludaremos, pero me lanzará su mirada desafiante cuando él camine hacia la puerta que le llevará al tendido número 2. Yo me quedaré fuera con mi cartel, de lema también manido, en el que se lee «la tortura no es arte ni es cultura». Y empezaré a dar pasos hacia delante. Pasos de denuncia, de protesta, de propuesta y de rabia. Pero también pasos hacia un destino que espero esté cada vez más cerca. Pasos hacia una ZARAGOZA ANTITAURINA.