Alicia, Javi, Vera, Jesús, Berta, Dani, María, Fernando, Christian, Teresa, Carla, Ana, Bea… Me he puesto a pensar en la cantidad de personas que faltáis a nuestro alrededor y resulta que podría llenar líneas y líneas sólo con vuestros nombres de pila. Todos, además de ser emigrantes españoles, tenéis otro punto en común: que sois las personas más inteligentes que conozco, los más preparados. (Párense por un momento a enumerar a todos aquellos compañeros de clase, sobrinos, amigos, hermanos o incluso hijos que han tenido que hacer la maleta llevándose consigo su proyecto de vida y su preparación). Los años y años de estudio, de horas en la biblioteca, de esperas en los pasillos para una revisión de examen, de prácticas en laboratorio, de becas de verano, de cabeceras de periódico que podíais haber levantado. De patentes (de copyright o copyleft) que hubierais querido registrar. De empresas en las que hubierais podido innovar. Conquistas de las que enorgullecernos.

A muchos os espera un futuro prometedor más allá de los Pirineos o al otro lado del Atlántico. Un panorama en el que poder desarrollar todas vuestras potencialidades profesionales a costa de ver vuestra red social quebrada, lejos de la familia y amigos. Construyendo desde cero un entorno afectivo. Teniendo hijos a los que sus abuelos podrán ver, con suerte, una vez al año y que hablarán otro idioma.

Otros os habéis topado con que los otros países desarrollados ven con suspicacia a los latinos del sur de Europa. Posgraduados y doctoras a los que os toca limpiar retretes, fregar platos o cargar cajas en un almacén. Hablar cinco idiomas para servir mesas o cobrar en la caja de un súper. Ninguno de esos trabajos es deshonroso, no quiero que se me malinterprete. Pero vosotros habíais soñado con una vida mejor. Vuestros padres se sacrificaron trabajando como burros para garantizar que sus hijos no iban a trabajar como esclavos. Pero hoy, créanme, en España hay esclavos con título universitario que trabajan por 350 miserables euros al mes. A los esclavos del pasado por lo menos se les garantizaba la manutención.

La generación de fin de siglo XX no encuentra su lugar en la España del XXI. Los siervos de la Troika deberían envenenarse cada vez que dicen la palabra emprendedores, cada vez que hablan de recuperación económica, cada vez que citan los brotes verdes, cada vez que mentan en vano la I+D+i. Siembran el campo con sal cuando defienden su reforma laboral, cuando elevan (todavía más) la cuota de autónomos, cuando prohíben las inversiones de más de 3.000 euros en crowdfounding (micromecenazgo) al mismo tiempo que son incapaces de estimular que fluya el crédito de la Banca. Siegan nuestro futuro sin haber dado la oportunidad de que dé sus frutos.

Mientras, el Gobierno hiere la carne de nuestros hermanos del sur con concertinas, eleva muros y dispara con pelotas de goma, se olvida, indiferente, de que sus hijos e hijas se le están escapando por Hendaya, por Perpignan, por la T4… Somos exportadores a fondo perdido de inmigrantes de Ryanair, que pronto se van a topar con otros muros, como los que ha construido Suiza o los que prometía este domingo para Francia Marine Le Pen en una entrevista con Ana Pastor.

Espero, por vuestro bien y por el nuestro, que podáis volver, no con la frente marchita ni con las nieves del tiempo plateando vuestra sien. Espero que España recupere más pronto que tarde la capacidad para volver a ilusionar. El dilema es que va a ser mucho más difícil sin vosotros. Necesitamos revertir el éxodo para construir el país que nos gustaría. El que nos prometieron.

Artículo publicado en el Periódico de Aragón 08/03/2014

Blanca Enfedaque (militante)