Todo el mundo, o casi todo, ha estado en París, en la gran manifestación contra el terrorismo yihadista y en defensa de la libertad de expresión. Hemos visto allí, en la cabeza de la marcha, pero separados por un cordón policial del resto de la ciudadanía, a líderes mundiales. La plana mayor de la política europea, presidentes africanos e, incluso, altos representantes de Obama y Putin. Allí han coincidido, también, varias religiones, musulmanes, cristianos, judíos,…

Todo el mundo, o casi todo, ha estado en París porque allí, en forma de salvajada asesina, ha aparecido la guerra. Allí, en París, hemos visto esa pesadilla diaria que vive la gente en Gaza, en Bagdad, en Alepo, en Damasco y en tantos otros sitios.

Hay quien asegura que ha sido en París porque Francia está participando en las guerras que se libran contra el terrorismo de Al Qaeda y contra el Estado Islámico. Ese argumento sitúa en el punto de mira a todos los países cuyos representantes, presidentes y ministros, encabezaron la manifestación de París. El propio Hollande, invocando el duelo nacional por los asesinatos, aprovechó para justificar las operaciones militares. En la misma línea Rajoy, Merkel y hasta el propio Obama, insisten en la necesaria guerra contra el terrorismo hasta la victoria final.

Ya no se acuerdan de que la guerra contra el terrorismo fue la bandera que levantó Bush, la que inmortalizaron Aznar, Blair y el propio Bush en las Azores. Esa decisión causó dos guerras (Irak y Afganistán) que hoy no han acabado, esa decisión provocó cientos de miles de muertos y legitimó, en nombre de la cruzada contra el terrorismo, la ilegalidad internacional a través de los vuelos de la CIA, de cárceles secretas, de la indecencia de Guantánamo y de la tortura sistemática. No se paran, ni un minuto, a reflexionar sobre si estas guerras, como está demostrado, son la solución al terrorismo fanático.

Vemos a Netanyahu en la manifestación. Pensamos en Gaza y en Cisjordania y eso nos lleva a pensar en la doble moral con la que la comunidad internacional actúa. Doble moral que les ha llevado a apoyar, incluso armar y financiar, a movimientos y organizaciones en tanto en cuanto servían para sus intereses. Ahí está el ejemplo de los talibanes en Afganistán, o el de los rebeldes sirios, por citar algunos ejemplos.

¿Puede afirmarse, con rotundidad, que atentados salvajes como el de París, no tienen nada que ver con las decisiones políticas que gobiernos como el de Francia, Reino Unido o España han tomado en los últimos años? Esas decisiones van desde la participación en guerras, hasta los bombardeos de la OTAN.

Es evidente que la intolerancia no se combate con más intolerancia. No hay intolerancia buena y mala. Las salvajadas no se combaten con salvajadas más gordas. La intolerancia, el racismo, la xenofobia,… se combaten con la razón, con la educación, con la cultura y con la lucha social y política. El internacionalismo solidario es la mejor vacuna para estos males.

También ayudaría evitar que el capitalismo salvaje que nos gobierna dejara de utilizar en su favor la religión, dejase de alimentar el miedo para justificar sus políticas de seguridad, dejase de utilizar el terrorismo como excusa y justificación para desarrollar su geoestrategia política y, sobre todo, económica.

Pero, lamentablemente, no parece que esa vaya a ser la apuesta. Ahora mismo, con el drama recién vivido, se utiliza interesadamente el impacto causado por el salvaje atentado contra Charlie Hebdo. Lo utiliza la extrema derecha para lanzar, con fines electoralistas, sus mensajes intolerantes, racistas y xenófobos. Los Gobiernos moderados, conservadores y socialdemócratas europeos, como por ejemplo el de Rajoy, se aprestan a poner en marcha medidas que recortan derechos y libertades, que cierran fronteras y que imponen las obligaciones de la seguridad por encima de los derechos fundamentales.

Para ello cuentan con la ayuda de intelectuales, comunicadores y tertulianos que alimentan la islamofobia y las actitudes y prejuicios racistas y que justifican las medidas del estado policial frente a las del estado social.

                                            Adolfo Barrena, Coordinador General de IU Aragón