El 14 de julio de 1789, el pueblo parisino fue consciente de su propia fuerza y capacidad y tomó el hasta entonces inexpugnable símbolo del Absolutismo: la Bastilla. El pueblo de París luchó y venció, y la Historia lo registró como uno de los hechos más sobresalientes, marcando el inicio de una era nueva.

Hoy, 223 años después, los corifeos del sistema nos dicen que no puede hacerse otra cosa que la que ellos hacen; que no hay más soluciones que las suyas. Que de la crisis solamente saldremos con el sacrificio de todos nosotros, los que ayer vivíamos por encima de nuestras posibilidades.

Sin embargo, no es cierto que no haya Alternativa, ni lo es que viviéramos por encima de nuestras posibilidades. Tampoco es verdad que el sacrificio sea de todos ni, lo que es peor, que así vayamos a salir de la crisis. Es de nuevo la inmensa mayoría la que carga con el peso de las medidas de ajuste aprobadas – algunas de las cuales pretenden, con la excusa económica, subvertir el actual modelo social y democrático – mientras que las rentas más altas escapan inmunes o se amparan en una vergonzosa e indecente amnistía fiscal; unas medidas que no buscan salir de la crisis, sino salvar a los bancos y asegurar a sus acreedores – los especuladores que juegan con nuestro futuro – que se les entregue el dinero que antes era de todos. Son los causantes de la crisis los que triunfan y obtienen beneficios, mientras sus víctimas, todos nosotros, somos escarnecidos, humillados, explotados y criminalizados.

¿Hasta cuándo será así? Son innumerables las mareas que han surgido en defensa de nuestros derechos. Mareas de las que todos deberíamos formar parte. Sin embargo, es cada vez más evidente que lo que se necesita es una respuesta unitaria y masiva que les haga saber que ya vale, que las personas son lo primero, que no somos meros números en una cuenta de resultados ni la parte prescindible de un balance amañado en el que siempre nos tocan los números rojos. Tenemos que ser capaces, como sucedió hace poco más de 200 años, de dejar de ser masa para convertirnos en pueblo, en sujeto activo de nuestro destino, para actuar y sentir unitariamente, para entender que la unidad nos otorga la fuerza que tanto temen.

El próximo 19 de julio, jueves, tenemos la primera oportunidad de demostrarlo. No será la última. Y tengamos claro quién es el enemigo, no nos perdamos en cainismos absurdos y paralizantes. Sepamos mirar por encima de nuestros prejuicios y descubramos que todos pertenecemos al mismo pueblo, que somos de la misma clase (porque las clases existen, bien lo saben ellos). Que nuestros derechos los tenemos que defender entre todos. Y que solo habrá futuro para nuestros hijos si ahora somos capaces de asumir el protagonismo que el momento histórico en el que vivimos nos demanda. La Historia no está escrita, ni nos la escriben otros; la Historia tenemos que hacerla nosotros porque solo así será nuestra.