En torno al 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República española, se suele visualizar el sentimiento republicano de una parte cada vez mayor de la población. Sin embargo, ver banderas tricolores ya no es exclusivo de estas fechas, sino que nos hemos acostumbrado a verlas ondear en cada una de las movilizaciones y reivindicaciones que en defensa de nuestros derechos se han llevado a cabo. ¿Por qué? Porque asociamos la opción republicana con un modelo social y político auténticamente democrático, basado en principios de justicia social, igualdad, libertad y fraternidad. Y ello es así porque la Historia nos ha demostrado que, en este país nuestro, las experiencias republicanas justamente fueron un soplo de aire fresco, un intento de implantar la democracia como sistema de convivencia, intentos lamentablemente abortados por unas intervenciones militares (la de Pavía, la de Franco) alentadas por los poderes fácticos.

Hoy, en pleno siglo XXI, hay muchas razones para preferir la forma republicana. La primera, evidente, es que resulta una anormalidad democrática el que la Jefatura del Estado se transmita de forma hereditaria y lo haga, además, de manera discriminatoria hacia la mujer (¿es de recibo que en un país que se pretende democrático, haya un suspiro de alivio entre quienes sustentan al régimen porque el Príncipe heredero, que lo es frente a su hermana mayor, haya concebido un segundo retoño que es niña y, con eso, se evitan conflictos respecto a la preferencia en la sucesión y se aparca cualquier modificación constitucional que exigiría la consulta ciudadana?).

Otra razón podría ser el propio deterioro, innegable e inocultable, de la Monarquía. Pero el deseo de cualquier republicano no es que la República llegue por deméritos del monarca y su entorno familiar y amistoso; por el contrario, aunque tuviéramos al soberano más virtuoso del mundo, lo antidemocrático seguiría siendo la esencia de la institución y, por lo tanto, deberíamos seguir aspirando, legítimamente, a cambiar ese modelo de Estado.

Quizá el motivo más esperanzador, el que debe concitar el apoyo de la inmensa mayoría es que, en la actual situación de crisis, la opción republicana tiene una virtualidad transformadora: ofrece un horizonte por construir, un modelo social y político de convivencia diferente, centrado en las personas, no en los intereses económicos de unos pocos; auténticamente democrático en el sentido de hacerse en el día a día con la participación y acción de toda la ciudadanía, vertebrando un espacio de encuentro y diálogo en el que todos y todas podemos aportar. Es decir, un país de ciudadanos y ciudadanos frente a lo que ahora quieren que seamos, esto es, meros súbditos.

Los ejemplos históricos son útiles por cuanto muestran experiencias de las que aprender; pero sirven, sobre todo, de estímulo para afrontar la ardua tarea que nos espera, para saber que, entre todos y todas, es posible cambiar las cosas; para tener la certeza de que, en cualquier momento y en cualquier lugar, la esperanza vence al miedo.

(Sirva este artículo de homenaje a Mariano Viñuales, fallecido el pasado mes de octubre, ejemplo de lucha y compromiso.)

 

Luis Arduña, Coordinador IU Huesca-La Hoya