Hace apenas un mes el titular de Defensa, Pedro Morenés, detallaba los pormenores de nuestra participación en el que será el mayor ejercicio militar de la OTAN desde el año 2002 y que tendrá como escenario fundamental el arco mediterráneo. De los 36.000 efectivos de más de 30 países, aliados o socios de la Alianza, que participarán en el simulacro bélico, más de 20.000 se desplegarán en nuestro país que, junto a Portugal e Italia, será uno de los estados anfitriones con mayor protagonismo en las maniobras. El ejercicio, que constará de dos fases, comenzará el 3 de octubre y alcanzará su momento álgido del 24 de octubre al 6 de noviembre, periodo en el que se desarrollará la “fase real”.

Estos ejercicios servirán para evaluar la capacidad militar de la futura Fuerza de Respuesta de la OTAN y especialmente de la que será su más letal herramienta la “Very High Readiness Joint Task Force” (VJTF, fuerza de tarea conjunta de muy alta disponibilidad), una fuerza autónoma integrada por más de 5.000 efectivos, capaz de desplegarse sobre cualquier teatro bélico a escala planetaria en menos de dos días.

Se trata del ‘Trident Juncture 2015’ el ejercicio en el que la Alianza Atlántica pondrá de largo la Iniciativa de Fuerzas Conectadas, un paso más hacia la integración militar de los países aliados y socios según lo acordado en su cumbre de Chicago de 2012.
Para entender la dimensión real de estas maniobras y lo que representan no debemos perder de vista dos cuestiones. Por un lado la pérdida de soberanía europea y el fracaso de la Política Común de Seguridad y Defensa que evidencian. Por otro la oportunidad a la que responden teniendo en cuenta la volatilidad y conflictividad del escenario en el que van a desarrollarse.
Sobre el primero de los asuntos, conviene ver cómo ha evolucionado el marco estratégico de la OTAN y la política europea en materia de Seguridad y Defensa relacionando ambos con la política y competencias de Naciones Unidas.

La evolución expansionista de la OTAN

La OTAN siempre ha evolucionado en función de los cambios producidos en el “terreno del adversario” distinguiéndose claramente cuatro etapas. La primera, que abarca desde su creación en 1949 hasta la caída del Pacto de Varsovia en 1991, su papel era el de “frenar a la amenaza comunista” al servicio del capitalismo como garantía en su disputa por la hegemonía global. De carácter netamente defensivo, tal y como determinaba el artículo 5 de su Tratado fundacional, esta etapa viene marcada por el balance de fuerzas entre bloques y su capacidad armamentística fundamentalmente nuclear. A la vez que nace la OTAN, fruto de la alianza entre EEUU y Reino Unido, lo hace la Unión Europea Occidental frente a las mismas “amenazas”.
Una vez que en 1991 el bloque del este ya no supone riesgos, la OTAN tiene que buscar nuevos enemigos para justificar su existencia. En noviembre de ese mismo año en Roma, y a propuesta de Bush padre, la Alianza da un salto peligroso y se dota de capacidad para operar fuera de los límites de la defensa, es decir, asumir papeles (dentro todavía del mandato de la ONU) más allá de sus fronteras. Igualmente se acuerda vincular la defensa europea a la de los EEUU, consolidando el concepto de seguridad y defesa europeo como «el pilar europeo» de la OTAN.
Un año después en 1992, bajo el mandato de Butros Ghali, la ONU decide ir más allá en sus cometidos para garantizar la paz permitiendo el uso de la fuerza militar para forzar a las partes en conflicto a buscar una solución. Hasta ese momento Naciones Unidas solo intervenía una vez las partes habían llegado a un acuerdo. Tres años más tarde las fuerzas de la UNPROFOR fueron integradas en la Fuerza de Implementación de la OTAN que sería la responsable de hacer cumplir los acuerdos de Dayton para la paz en Bosnia y Herzegovina en la que sería su primera misión militar por mandato de la ONU.

Es entonces cuando los riesgos que sirven para justificar la pervivencia de la OTAN (y la del enorme negocio militar construido bajo el paraguas de la política de disuasión) comienzan a caer en una peligrosa y versátil ambigüedad, a ser más abstractos y amplios entrando en materia diplomática. Nacen, tras una importante labor de concientización, los enemigos de hoy. Cabe recordar que el socialista y efímero Secretario General de la OTAN Willy Claes en 1995, (al igual que lo insinuase su predecesor Manfred Wörner cuatro años antes), apuntó al “integrismo musulmán” como “el mayor desafío para Europa tras la caída del enemigo soviético”.

La vocación ofensiva de la OTAN y su voracidad militar se consolida con el reconocimiento de Naciones Unidas, que por su propia incapacidad le otorga un importante papel militar en uno de los momentos más convulsos de la historia reciente de Europa.
Pero la Alianza quería superar los límites impuestos por el Consejo de Seguridad y actuar con más autonomía lo que le lleva en 1999 a intervenir sin autorización de las Naciones Unidas en Yugoslavia. Es precisamente en pleno conflicto yugoslavo, en 1998, cuando Blair y Chirac emiten un comunicado en el que advierten de que la UE debe “contar con capacidad para actuar autónomamente apoyada en fuerzas militares creíbles…” así en 1999 en Helsinki se materializa la Política Europea de Seguridad y Defensa.

Ese mismo año la OTAN comienza su tercera etapa y relanza en Washington un nuevo Concepto Estratégico de Seguridad, reafirmándose como “el club militar intervencionista y expansionista de los estados más ricos del mundo y sus satélites, que se usa para respaldar los intereses económicos y estratégicos occidentales», como lo define Seumas Milne periodista de The Guardian.

Entre los acuerdos: amplía su límite de intervención y las coartadas para la agresión -armas de destrucción masivas incluidas- ; retoma la política de disuasión por la vía del rearme; se reserva el derecho a actuar con o sin apoyo del consejo de seguridad; y a hacerlo para defender “los intereses” aliados incluido el flujo de recursos vitales.

Dos años después de los atentados del 11S desatan una escalada bélica global marcada por la acción unilateral de los EEUU y sus aliados en acciones en el marco de la guerra contra el terrorismo, erosionando la legitimidad y autoridad de la ONU. Paradójico resulta que la espoleta fuera el terrible atentado de Al Queda contra EEUU, el coloso que le armó y fue su aliado en la lucha contra los soviéticos según ha reconocido la propia Hillary Clinton hace apenas un año en Fox News.

La amenaza terrorista sirve para ocupar zonas especialmente ricas o vitales por su situación estratégica. Afganistán o Iraq, guerras todavía no resueltas, o el ataque a Líbano en 2006 por parte de Israel son ejemplos de ello.

Los cambios políticos en EEUU y Europa parecen relajar la escalada militar pero el trabajo de concientización y miedo ya está hecho: Occidente está obsesionado con la cuestión de la seguridad. Entonces, en 2010 la Alianza redefine su Concepto Estratégico de Seguridad comenzando su cuarta etapa. La OTAN modifica su estructura para adaptarla a la lucha contra las “amenazas híbridas” Los estados más cercanos a las zonas de conflicto, a los que EEUU les pide más implicación de su territorio y su Fuerza, asumen más compromiso. El Trident Juncture es la consagración de esta estrategia.

Apenas un año después buena parte de los países africanos del arco mediterráneo viven las llamadas “revoluciones árabes” entre ellos Egipto, Túnez, Yemen, Libia o Siria. La posición de la ONU o la OTAN en estos conflictos es deplorable, el caso de Libia o Siria son ejemplos claros. Muchos de ellos hoy son estados fallidos usados como excusa para garantizar la presencia militar de las tropas aliadas en una zona vital estratégicamente. Una inestabilidad que se ha trasladado más allá del África septentrional afectando a la práctica totalidad del cinturón del Sahel, zonas ricas y precisas para el control de los recursos naturales del continente, objetivo real. Todo ello es lo que hace que el Mediterráneo se esté convirtiendo en una fosa común. El bombardeo de la Franja de Gaza a manos de Israel, las amenazas a Irán o la actitud turca contra al pueblo Kurdo responden a lo mismo.

La OTAN, Ucrania y Rusia, una provocación premeditada

La clave de bóveda que completa la descripción del peligroso escenario del Trident Juncture la encontramos en la frontera con Rusia por el conflicto con Ucrania.
Al despliegue militar de la OTAN en distintos países de la antigua órbita soviética, su presencia en el Báltico o el reciente envío al Mar Negro del destructor de los EEUU Laboon hay que sumarle el envío en 2016 de 1000 efectivos de las tropas de reacción rápida.
Tras dos años incrementando de forma premeditada la tensión en la frontera con Rusia llega el desafiante Trident Juncture.

Parece ser que la mayor preocupación de la Alianza hoy es frenar el desarrollo de los BRICS (China, Rusia, Brasil..) y conquistar nuevos territorios (África por sus recursos y situación). Pero disponer del tablero militar para ese fin es francamente peligroso. Lo más lamentable es la posición de la UE y especialmente de nuestro gobierno, a la cabeza de esta delirante estrategia. No solo hemos entregado nuestro territorio a EEUU para que disponga de una lanzadera inmejorable, además vamos a poner a su disposición a nuestras Fuerzas Armadas. Una vez más jugamos a ser los alumnos aventajados del imperio en un potencial conflicto que nos toca muy de cerca y asumiendo el papel de cómplices sin tener nada que ganar y sí mucho que perder.

Álvaro Sanz, diputado de La Izquierda de Aragón en el Congreso de los Diputados