La última nota de prensa del Partido Popular de Huesca debe suponer un punto de inflexión en este mandato municipal. Es preciso no seguir negando lo que es evidente para todo el mundo: efectivamente, señor Oliván, nosotros asesinamos a Sertorio. A traición, muy en nuestro estilo. Y, la verdad, ahí empezó todo. Y desde entonces, ya nos ve, un no parar: seguimos destrozando todo lo que tocamos, porque es nuestra vocación y porque los dioses no nos fueron propicios y cuando repartieron el talento y el buen hacer, usted se lo llevó todo y a nosotros no nos quedó más que la torpeza, la estulticia y la iniquidad (una para cada parte del tripartito). Eso, que podría servir para exculparnos en cierta medida – porque ¿cómo actuar contra el destino al que los dioses nos condenaron? – , no nos sirve ni aun como atenuante dado que gustamos de perseverar en el mal, pues nos parece poco el estropicio que logramos con nuestra natural inclinación. Por eso, nuestras reuniones de gobierno, que sí, se lo confirmo, son aquelarres euskaldunes, las dedicamos a señalar en el mapa de Huesca las zonas que queremos asolar; o nos jugamos a las cartas las próximas medidas, apostando partidas presupuestarias para unos u otros sin más criterio que el que puede tener un niño de dos años jugando al Monopoly. Pronto descubrirá (y sacará la pertinente nota de prensa) que el caballo de Atila se llamaba Tripartito.

Es probable que alguno de nosotros instigara a Islero a acabar con Manolete. No se lo puedo asegurar. Pero sí es seguro que Morenés, por fin ex ministro de defensa, era un criptocomunista infiltrado para acabar con la presencia milenaria del Ejército en esta ciudad; menos mal que Rajoy nos ha librado de él. Y si llueve o no, es producto de nuestras maquinaciones, siempre fraudulentas, cómo no, cuando el resultado es pernicioso. Si no, siempre se lo puede adjudicar a algún santo de esos a los que usted gusta frecuentar con banda y sitio preferencial. Vamos, como Dios manda.

Pero, señor Oliván, es de justicia reconocerle sus méritos, usted, que por su estirpe debería ser alcalde y no simple concejal de la oposición, y agradecerle que nos tienda la mano, esa mano de hierro, firme, pero con guante de seda, como nos ha venido demostrando a lo largo del mandato, para salvarnos de nosotros mismos y de nuestra incapacidad proverbial e innata, de nuestra vesania y nepotismo. Y hablando de nepotismo, fíjese que para el puesto de libre designación en el área de desarrollo habíamos pensado en un destacado militante de su partido, alguien de una trayectoria acreditada en el acopio de recursos como D. Luis Bárcenas, convencidos como estábamos de que su conocimiento de las finanzas europeas garantizaría que pudiéramos malgastar más dinero del que ahora tenemos a nuestra disposición; sin embargo, sus actuales ocupaciones (o preocupaciones) le llevaron a declinar nuestra invitación. Y como no disponíamos de cónyuges de consejeros o concejales que accedieran a la defensa paciente de nuestra acción de desgobierno, tuvimos que recurrir a alguien de nuestra confianza, ya ve qué pena más grande, tan zarrapastrosa como nosotros, de nuestra grey maldita y condenada. Pero, no se preocupe, su acción destructiva estará a la altura de sus temores.

En fin, señor Oliván, que entre misas negras y sesiones de vudú, apenas nos queda tiempo para agradecer su desvelo por esta ciudad, usted, que seguro que tiene una lucecita perennemente encendida en su despacho, símbolo de su entrega heroica en estos tiempos de los bárbaros. Pero siempre es un placer encontrar el minuto que nos permita reconocer la bonhomía y la caballerosidad allí donde se desparrama a raudales. Estese tranquilo, que dos años pasan en un plis plás y a lo que se da cuenta, ni planes de empleo, ni observatorios de contratación, ni remunicipalizaciones, ni medio ambiente, ni transparencia…, ni nada de nada: llegará el momento de devolver el gobierno municipal a su legítimo dueño, que es usted. Lástima que la Historia, que es caprichosa y cruel, le haya jugado tan mala pasada y le haya endosado cuatro años de sufrir. Pero, tranquilo, que eso forja el carácter, incluso uno tan bilioso como el suyo.