Acabar del todo con algo.

Matar o eliminar por completo de un lugar un conjunto de seres vivos.

Son las dos primeras definiciones que se contemplan desde la RAE para el término exterminio.

Cuando escribo estas líneas todavía quedan cinco días para que acabe el segundo mes de 2017. Una atasco en la garganta y la sangre hirviendo me dice que puede que, de aquí a final de mes, aumente la sangría de mujeres a mi alrededor.

En setenta y dos horas horas ha habido en nuestro país 5 asesinatos machistas. Si hablamos de los escasos cincuenta días de lo que llevamos de año, los datos oficiales dicen que en este país son ya 16 mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas. Es necesario aclarar que la ley sólo contempla violencia de género si existe o ha existido este vínculo sentimental. Las feministas llevamos tiempo exigiendo que se hable de feminicidios, que se incluya en las cifras de la vergüenza a las víctimas de trata y explotación sexual y que se nos contemple a todas como sujetas a proteger de esa ley. Si se las tuviera en cuenta, la lista aumentaría considerablemente.

En estos pocos días del año, tenemos a 16 mujeres menos entre nosotras. También nos han arrebatado a la hija de una de ellas y a una bebé. Nos ha asesinado a Estefanía, Matilde, Blanca, Toñi, Virginia, J.D.L.M, Cristina, Carmen, Laura, Ana Belén, Margaret, Gloria, Dolores, la mujerica de 91 años, Leydi y MªJosé.

Son los nombres de 16 mujeres víctimas de un terrorismo que ha asesinado más que ETA. Aquí, en mi país, en el que se suman a puñados mujeres asesinadas a esa lista negra. Y roja. De sangre.

Las mujeres estamos sometidas al terror y a eso se le llama terrorismo. Y por el mero hecho de ser mujeres, por lo tanto es patriarcal. TERRORISMO PATRIARCAL. Así, con mayúsculas.

El recién estrenado 2017, cuenta con el vergonzoso honor de ser el peor inicio de año, de la última década, en cuanto a asesinatos machistas. Una última década con más de 1.300 mujeres asesinadas por hombres.

Un año, una década, una vida de días de lágrimas y noches de torturas.

Pero hay más violencia añadida. Si es que eso puede ser. Esa violencia que se añade ante la actitud de quiénes callan y miran para otro lado; de quiénes, impertérritos, pasan los días decidiendo si la suya es la más grande.  De que nadie les chille al oído que sus centímetros nos la trae al pairo, que estamos ocupadas en sobrevivir y construir. Y que estamos furiosas de que nos otorguen el papel de aguantar el metro, mientras nos asesinan en su presencia. Impasibles, siguen a lo suyo. Hasta dentro de unos años, cuando volverán a mirarnos para pedirnos el voto. Pero, entonces, igual ya no estamos ninguna aguantando nada.

Las nuestras, las que no se rinden, las que no representan y nos defienden, por las que sufrimos y estamos orgullosas, llevan acampadas desde el día 9 de febrero en la Puerta de Sol, en Madrid. Son 8 mujeres gallegas, luchadoras, que están poniendo en juego su salud y su vida –una de ellas, Celia, tuvo que ser ingresada esta semana en el hospital-. Que están resistiendo en nombre de todas llevando una exigencia clara en su acción: que gobierno , impulse un GABINETE DE CRISIS para que sea abordado como prioridad absoluta el que sea CUESTIÓN DE ESTADO, la lucha CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA.  El gobierno tiene el deber de frenar esta masacre que deja/mantiene mujeres y menores, muertas en vida hasta ser asesinadas. (http://www.asociacionvelaluz.es/).

Desde luego, vivimos en un país enfermo. España sufre la grave enfermedad del machismo y el patriarcado. Una enfermedad mortal que se agrava y cronifica con buenas cantidades de indiferencia y una escala de valores vuelta del revés.

Un país que duele, escuece y supura cada día más. Donde hombres asesinan a quiénes formamos parte de esa mayoría de la población. Un país, como tantos otros, en el que se sufre el progresivo exterminio de mujeres.

Un pueblo que no se paraliza tras 5 asesinatos de mujeres por machismo en 72 horas, no es digno de llamarse pueblo. Y, además, es cómplice de este exterminio.