Ha muerto Mariano Viñuales Tierz. Un luchador; un héroe de los de antes. Su ausencia ha dejado espacio para una tristeza inmensa, inconsolable. Nos hemos quedado huérfanos de lo que, en estos tiempos que corren, es algo fundamental: un referente ético y moral. Eso era Mariano. No son palabras simplemente; basta con echar la mirada atrás y ver la historia que arropa, como un sudario, a Mariano Viñuales Tierz.

Mariano Viñuales

Seguro que cuando niño no soñó con ser más que un honrado trabajador, un hombre cabal, bueno, sencillo. Todo eso lo fue. Pero la Historia, la que escribimos con mayúsculas entre todos y todas, le obligó, sin que él renunciara, a ser protagonista, a dar testimonio y a convertirse en ejemplo. Hay que ser muy valiente para aceptar todas esas obligaciones, para no temblar, para no rendirse y para no sucumbir al silencio que han querido imponernos, primero en dictadura y, lo que es peor, en democracia. Un silencio con el que cubrir culpas y ocultar las tumbas de quienes nunca serán santificados, aunque fueron mártires en nombre de la libertad.

No queríamos héroes y fuimos a conocer a uno de los mejores. Lo veíamos aún levantar el puño al paso de nuestras manifestaciones, que eran las suyas pero que sus piernas inseguras ya no le permitían seguir. Su puño cerrado, su puño comunista, entretejido de esos dedos suyos, tan fuertes que un día fueron capaces de empuñar un fusil y disparar. Hay que ser muy valiente para luchar así, en las sierras inhóspitas que el Ebro talla, en esa geografía punteada de nombres (Fatarella, Camposines, Gandesa…) que forman parte de nuestro paisaje particular de esperanzas y derrotas. Él estuvo allí y fue herido. Pero sobrevivió; y siguió sobreviviendo a todo un siglo XX cosido a balazos y a muerte y destrucción, más aún en una España oscurecida en la que sus ojos brillantes (y ahora que están apagados lo comprendemos mejor) fueron faros que iluminaban, espejos en los que mirarse.

Estamos tristes. No nos consuela, no puede consolarnos, su recuerdo. No, hoy no; hoy querríamos tenerle aquí, escuchar de nuevo sus historias (que es nuestra Historia), sentir su voz cansada por la edad, pero nunca vencida, relatar cómo es posible vivir con coherencia y con honradez, siendo fieles a unos ideales. Sin embargo, mañana, porque siempre hay un mañana, aunque esté habitado por otros rostros y otros nombres, su recuerdo sí que nos servirá para darnos ánimos, para seguir en la brecha, para pretender construir una sociedad en la que no sea necesario disparar fusiles para defender las ideas. En la que no necesitemos héroes como Mariano.

Ni el silencio ni el olvido podrán triunfar allí donde hubo corazón y sentimiento, ni relegarán a la nada el nombre de los que construyeron, con sus vidas, nuestra Historia; de los que sobrevivieron a la derrota para terminar su vida siendo el aliento de los que hoy seguimos, con las palabras y los hechos, intentando construir un mundo mejor. Un mundo para las mujeres y los hombres honrados como Mariano.